Señor, también yo marcho hoy por la vida como los discípulos de Emaús: pensando que mi vida no tiene sentido, creyendo que en la vida todo es negro, incapaz de ver con mis ojos la claridad del día y las estrellas de la noche. Señor, yo, y otros muchos como yo, tenemos la tentación de creer que el dolor es más fuerte que la vida. Yo, y otros muchos como yo, nos decimos que esto no tiene salida, que no hay quién lo arregle, que nos hemos hechos demasiadas ilusiones, y la realidad es muy distinta. Señor, yo, y otros muchos como yo, creemos que nos has abandonado y nos vamos, cabizbajos, de retirada: «Porque ya no hay nada que hacer, porque ya todo está perdido ... » Señor, ¿no podrías salir hoy al camino y pasear conmigo? ¿No podrías levantar mi esperanza de este suelo rastrero por donde camino? ¿No podrías quedarte a comer y calentar mi corazón frío? ¿No podrías, Señor, hacer algo para descubrir tu presencia, que alegre mi existencia? ¿No podrías, Señor, re