La sangre del justo

y la del malvado

pasan por tu mismo corazón.

La espalda del que golpea

y la que recibe el latigazo

son parte de tu mismo cuerpo.

En tus lágrimas lloran

el dolor del bueno

y la confusión de su agresor.

Tu misma ternura abraza

el rostro de tu madre María

y el del soldado que te clava.

En tu corazón no hay excluidos,

en tu cuerpo todos cabemos,

en tus lágrimas todos lloramos,

en tu ternura todos existimos.

¡Déjame entrar contigo,

Señor, en tu misterio,

y vivir en el hogar de tu pasión

donde reconcilias lo imposible!
Benjamín González Buelta sj

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