«En aquel
tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:- «Yo he venido a prender fuego sobre la
tierra, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! Tengo que pasar por un bautismo, ¡y qué
angustia hasta que se cumpla! ¿Piensan ustedes que he venido a traer paz a la
tierra? No, sino división. En adelante, una familia de cinco estará dividida:
tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y
el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la
suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra»
Lc 12, 39-53
Es verdad que
nos pueden resultar duras, y hasta incluso extrañas estas palabras de Jesús.
Sobre todo si las leemos separadas del Espíritu que inspiran las Sagradas
Escrituras. Pero si prestamos una adecuada atención y logramos traspasar el cascarón
de las expresiones y logramos beber del mensaje que contienen, tal vez ya no
nos resulten tan extrañas.
Expresiones
como “prender fuego” o “traer división” suenan fuerte, hasta podríamos afirmar
que nos dan miedo. Pero el objetivo de Jesús no es sembrar miedo, aunque sí
pueden incomodar, y en este sentido atemorizar, algunas de sus palabras.
Jesús anhela que la pasión por el anuncio del
reino y el amor al prójimo enciendan el corazón del hombre. Quiere que sepamos
salir de esa búsqueda ególatra del propio beneficio y búsqueda de placer para
encontrarnos con el corazón herido del hermano que tenemos cerca.
Todos sabemos
lo que es sentir pasión. Tenemos pasión por muchas cosas, y cuando algo nos
apasiona “sacamos tiempo” para lo que nos gusta, e incluso somos capaces de
realizar cualquier tipo de sacrificio por hacer aquello que nos apasiona.
El fuego del
que habla Jesús es el amor apasionado que lo impulsaba a hablar de Dios y a
escuchar al prójimo. El fuego con el que quiere encender la tierra no es otra
que ese amor que permite al hombre y la mujer de hoy salir de sus trincheras
para encontrarse con el otro. Jesús vino a encender de pasión el mundo, y
quiere que ya esté ardiendo. Vino a comunicar que es posible vivir de manera
distinta a la propuesta del mundo actual que sólo se preocupa por ofrecer
autocomplacencia.
¿Te has
preguntado alguna vez, qué pasaría si la pasión con la que vives ciertas cosas
la pusieras al servicio del evangelio? Piensa en las cosas que te apasionan y
luego pregúntate ¿Con cuánta de esa pasión vivo mis creencias y mi fe?
El cristiano
actual corre el peligro de perder pasión por sus creencias. Se está enfriando.
La pasión para Jesús es aquella fuerza que produce escándalo. Es la energía que
no conoce límites culturales, sociales y económicos. La pasión con la que
Cristo quiere encender la tierra es aquella que es capaz de quebrar la corteza
de la indolencia y la apatía que cubre el corazón del hombre para salir al
encuentro del otro. ¡Cuántos de nosotros hemos dejado que se arruinaran
relaciones personales por no saber pedir perdón! ¡Cuántos vínculos preciosos se
han perdido por no saber decir la verdad! ¡Cuánto bien dejamos de hacer por
temor al qué dirán! ¡Cuánto han convertido su religión en un conjunto complejo
de prohibiciones y normas absurdas en lugar de dejarse llevar por la pasión del
amor que inspira el evangelio.
El fuego que
vino a traer Jesús al mundo no deja a nadie indiferente. Es imposible ser
apasionados por el evangelio y querer conservar la comodidad. El fuego de Dios
desinstala, quebranta, sacude, enfrenta y empuja. La pasión del evangelio
convierte el corazón del hombre en lugar de refugio para aquellos que necesitan
sentirse acogidos y amados más allá de cualquier norma y prohibición. El amor
de Dios quema al hombre por dentro y lo impulsa a vivir el evangelio con
pasión, convencimiento y audacia.
Jesús quiere
ver el mundo encendido del fuego de la fraternidad. Quiere que el corazón del
hombre se consuma por hacer el bien y buscar justicia. Que ese fuego de amor a
Dios se traduzca en solidaridad, misericordia y compasión por los que menos
tienen.
Los católicos
tenemos que dejar de ser cristianos de “estantería de supermercado”, que
parecen que se juntan para que no haya espacios vacíos en los bancos pero luego
no viven su fe en la calle. La fe es válida sobre todo si se vive en la vereda,
en la calle, en las plazas, no escondida detrás de una columna en las iglesias.
El fuego con el que Jesús quiere encender el mundo es el que quiere “hacer lío”
como nos recuerda el Papa Francisco. Ese “lío” que les resulta escandaloso a
aquellos que sólo piensan en su propio provecho.
Pidamos a
Dios que el fuego que encendía el corazón de su Hijo ilumine también el nuestro
para amar al otro produciendo “escándalo”, haciendo “lío”.
P.
Javier Rojas sj
Comentarios