«Gestar relaciones gratuitas »
« 11Y sucedió que, de camino a Jerusalén, pasaba por los
confines entre Samaria y Galilea, 12y, al entrar en un pueblo, salieron a su
encuentro diez hombres leprosos, que se pararon a distancia 13y, levantando la
voz, dijeron: ¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros! 14Al verlos, les
dijo: Vayan y preséntense a los
sacerdotes. Y sucedió que, mientras iban, quedaron limpios. 15Uno de ellos,
viéndose curado, se volvió glorificando a Dios en alta voz; 16y postrándose
rostro en tierra a los pies de Jesús, le daba gracias; y éste era un
samaritano. 17Tomó la palabra Jesús y dijo: ¿No quedaron limpios los diez? Los
otros nueve, ¿dónde están? 18¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios
sino este extranjero? 19Y le dijo: Levántate y vete; tu fe te ha salvado. »
Lc. 17, 11-19
¡Es verdad que Jesús dijo que son los enfermos los que
necesitan médico, pero ello no significa que rechace la relación con los sanos!
(Cf. Mc 2, 17) Cuando nos sentimos enfermos recurrimos a su presencia y pedimos
recuperar la salud. Pero pocas veces reconocemos que estando sanos también
necesitamos tener un vínculo con Dios para mantener nuestra salud espiritual.
Porque si sólo recurriéramos a Jesús cuando nos sentimos
enfermos, preocupados, agobiados, para recibir consuelo y alivio, ¿no
estaríamos convirtiéndolo en un objeto que se usa y luego se abandona? ¿No
estaríamos construyendo una relación fundada solamente en el interés personal?
¿Es Jesús acaso un “mecánico” a quién solo se visita cuando el coche se ha roto?
¡Ni siquiera al reconocerlo como médico del alma se justifica que sea solo el
interés personal lo que organice nuestra relación con Él!
Cuando escuchamos que Jesús pregunta «¿No quedaron limpios
los diez?» podemos imaginar que se sorprende cuán fácil y rápido podemos
olvidarnos de ser agradecidos con el que nos devolvió la salud, una vez que nos
sentimos sanos. ¿Por qué aquellos hombres que a la distancia pidieron ser
curados de lepra no regresaron?
A veces creo que no somos lo suficientemente agradecidos con
los demás porque consideramos que están
obligados a darnos lo que les pedimos. Y en parte puede que tengan razón, pero
no en todos los ámbitos o en todas las relaciones. Por ejemplo, de nuestros mandatarios podemos
exigir que cumplan con su obligación de velar por el bien común y que no sean
corruptos. Al igual que estamos en todo nuestro derecho de exigir un sueldo
digno y condiciones de trabajo óptimos a los empleadores. Pero aún en éstas
situaciones podemos ser agradecidos.
Pero hay otras relaciones y ámbitos en los que exigimos que
se ocupen de nosotros como si estuvieran obligados a hacerlo, sin darnos cuenta
de que el agradecimiento es un factor importante.
Con frecuencia los esposos dejan de agradecerse mutuamente
por lo que tienen. El reproche por lo que falta o no alcanza inunda las
conversaciones que terminan convirtiéndose en reproche mutuo. Los hijos que no
terminan de entender que los padres hacen todo lo que buenamente pueden y está
a su alcance. Se olvidan con frecuencia que el agradecimiento tiene una fuerza,
y transmite una vitalidad que a veces es
fundamental para no vivir amargados. Pero a veces son los padres los que no
comprenden que los hijos son distintos, y pretenden medir a todos con la talla de
uno solo. Los hijos no son todos idénticos aunque hayan nacido del mismo
vientre y criados bajo el mismo techo. Cada uno necesita de una motivación
diferente, y no existe manera más fácil de fastidiar a uno de ellos que cuando
se dice “no te pareces a tu hermano” ¿Por qué? ¿No es mejor saber recibir lo
que cada uno puede dar con agradecimiento y seguir motivándolo?. Pero también
pasa entre los novios.
Esta es una de las relaciones más interesantes y en las que
más fácilmente se pierde la capacidad de agradecer. Cuando dos personas se ponen de novios lo
hacen porque ambos creen que la otra persona es la que estaban buscando…, y es
aquí donde comienza el primer inconveniente. Cuando crees que la otra persona encarna
todo lo que imaginaste lo más probable
es que lo primero en manifestarse sea el reclamo y no el agradecimiento. ¿Por
qué? Porque se espera que el otro se comporte como se lo ha imaginado. Se
reclama cuando la otra persona no se da por enterado de algo que tal vez no se
dijo. O que se adivine lo que el otro pueda estar pensando y deseando.
En resumen, cuando las relaciones que establecemos con los
demás se fundan en la convicción de que están obligados a dar algo que creemos
que nos merecemos, se pierde la capacidad de agradecer... Esto que nos acontece
en la vida diaria nos ocurre también con Dios. Y para mantener nuestra salud
espiritual y gestar relaciones sanas hemos de aprender a ser agradecidos. Es
decir, saber apreciar el gesto de amor, de servicio, de ayuda como un gesto
gratuito.
Pidamos a Dios no convertir a Jesús en nuestro médico y
salvador que está obligado a librarnos de todos los peligros, sino ver en el
Hijo del amor gratuito de un Padre.
P. Javier Rojas sj
¿Cuál es el reclamo en el que caigo más frecuentemente y que
me lleva al desencuentro con mis seres cercanos? ¿Qué miedo, dolor, carencia
tengo detrás de ese reclamo?
¿Qué detalles gratuitos han tenido últimamente conmigo y no
he advertido?
…Y ahora que los veo… ¿con qué detalle gratuito puedo
retribuir?
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