Amados y/o valiosos
Hay momentos en los que me pregunto, ¿es posible
que Dios exprese más amor a unos que a otros? ¿Quiere Dios más a los
“colaboradores” que a los demás? ¿Derrama mayores gracias a los que están todo
el día “metidos” en las sacristías que a los que sólo aparecen alguno que otro
domingo por la iglesia?
Aún entre personas “buenas” pareciera que existen
diferencias en el amor que Dios otorga. Si reparamos seriamente en este
pensamiento sabemos que no puede ser así. Pues esta imagen de un Dios
repartiendo caprichosamente amor a unos tanto y a otros tan poco… no es el
Padre de Jesucristo manifestado en los evangelios. Entonces, ¿por qué hay
personas que han encontrado en Dios plenitud en sus vida tan solo apareciendo
los domingos de vez en cuando…y, sin
embargo, hay otras que estando todo el día “metidos” en la iglesia parece que
luchan día a día por sentir algo de ese amor divino? He conocido a buenas
personas que me han hecho recordar a aquella mujer sirio-fenicia que respondió
a Jesús que los perritos comen debajo de la mesa, de las migajas que caen de la
mesa de los hijos de los señores (Cf.Mc 7, 16). Estas personas sienten que el
amor no es algo gratuito sino un tesoro valioso que sólo se consigue a costa de
mucho esfuerzo.
¿Es verdad que el amor de Dios sólo se recibe como
premio al esfuerzo? Me inclino a pensar que el inconveniente se debe a que
hemos invertido el orden entre sentirnos «amados» y ser considerados «valiosos»
o «elegidos» por Dios. Si has aprendido
a experimentar amor por medio de las destrezas de tus capacidades personales,
es factible que te hayas acostumbrado a sentir amor sólo en función de lo que
puedes lograr. Demostrando a otro lo «valioso» que eres, para recibir amor y
sentirte elegido, al igual que hacer
«algo por alguien» para sentirte amado caes en una trampa mortal. En algún
momento ya no tendrás la fuerza ni la vitalidad para hacer «algo por alguien»
o, en el peor de los casos, llegará el momento en que no necesiten más de tu
colaboración. ¿Y qué sucederá entonces? Que la ausencia o falta de amor de los
demás será proporcional a la sensación de in-utilidad. Sentirás que te
desplazan, que te hacen a un lado, que dejan de contar contigo, que ya nadie se
acuerda de ti… Y detrás de toda esta avalancha de pensamientos y sensaciones te
sentirás una persona profundamente abandonada y sin amor. Dios no nos ama
porque seamos valiosos, ni nos elige por nuestras capacidades personales. El
orden es paradójicamente inverso. Es su amor, infinitamente gratuito y sin
mérito alguno de nuestra parte, el que nos convierte en personas valiosas. Es
su amor el que nos elige. No nuestras ofrendas las que nos convierten en su
elegido. Para experimentar el Amor que desciende de lo Alto, distinto del amor
confuso que a veces nos ofrecemos entre nosotros, es necesario reconocerte
in-útil, o en un lenguaje evangélico “pobre”. Esto no significa que tengas que
humillarte o que entierres tus talentos, sino que comprendas que el amor que
viene de Dios es infinitamente superior a tus logros. No nos ama porque le
seamos útiles en la sacristía…Ese es el amor confuso que ofrecemos los hombres,
sino simplemente porque somos sus hijos. Tal vez por ello el pobre puede
experimentar más amor que aquellos que se consideran «ricos». El pobre es
consciente de que no tiene nada que ofrecer y, por lo mismo, sabe que todo lo
que recibe es gracia y no recompensa por sus logros. El amor «comprado» jamás
ha convertido a una persona en un ser pleno.
P. Javier Rojas sj
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