Quinto
defecto: Jesús no entiende ni de finanzas ni de economía. Recordemos la parábola de
los obreros de la viña: «El Reino de los Cielos es semejante a un propietario
que salió a primera hora de la mañana a contratar obreros para su viña. Salió
luego hacia las nueve y hacia mediodía y hacia las tres y hacia las cinco.., y
los envió a sus viña». Al atardecer, empezando por los últimos y acabando por
los primeros, pagó un denario a cada uno (cf. Mt 20, 116). Si Jesús fuera
nombrado administrador de una comunidad o director de empresa, esas
instituciones quebrarían e irían a la bancarrota: ¿cómo es posible pagar a
quien empieza a trabajar a las cinco de la tarde un salario igual al de quien
trabaja desde el alba? ¿Se trata de un despiste, o Jesús ha hecho mal las
cuentas? ¡No! Lo hace a propósito, porque -explica-: «¿Es que no puedo hacer
con lo mío lo que quiero? ¿O va a ser tu ojo malo porque yo soy bueno?».
Y
nosotros hemos creído en el amor. Pero preguntémonos: ¿por qué Jesús tiene estos
defectos? Porque es Amor (cf. 1 Jn 4, 16). El amor auténtico no razona, no
mide, no levanta barreras, no calcula, no recuerda las ofensas y no pone
condiciones. Jesús actúa siempre por amor. Del hogar de la Trinidad él nos ha traído
un amor grande, infinito, divino, un amor que llega -como dicen los Padres- a
la locura y pone en crisis nuestras medidas humanas. Cuando medito sobre este
amor mi corazón se llena de felicidad y de paz. Espero que al final de mi vida
el Señor me reciba como al más pequeño de los trabajadores de su viña, y yo
cantaré su misericordia por toda la eternidad, perennemente admirado de las
maravillas que él reserva a sus elegidos. Me alegraré de ver a Jesús con sus
«defectos», que son, gracias a Dios, incorregibles. Los santos son expertos en
este amor sin límites. A menudo en mi vida he pedido a sor Faustina Kowalska
que me haga comprender la misericordia de Dios. Y cuando visité
Paray-le-Monial, me impresionaron las palabras que Jesús dijo a santa Margarita
María Alacoque: «Si crees, verás el poder de mi corazón». Contemplemos juntos
el misterio de este amor misericordioso.
Monseñor Van Thuan
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