Cuarto
defecto: Jesús es un aventurero. El responsable de publicidad de una compañía o el
que se presenta como candidato a las elecciones prepara un programa detallado,
con muchas promesas. Nada semejante en
Jesús. Su propaganda, si se juzga con ojos humanos, está destinada al fracaso.
Él promete a quien lo sigue procesos y persecuciones. A sus discípulos, que
lo han dejado todo por él, no les asegura ni la comida ni el alojamiento, sino
sólo compartir su mismo modo de vida.
A
un escriba deseoso de unirse a los suyos, le responde: «Las zorras tienen
guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde
reclinar la cabeza» (Mt 8, 20). El pasaje evangélico de las bienaventuranzas,
verdadero «autorretrato» de Jesús, aventurero del amor del Padre y de los
hermanos, es de principio a fin una paradoja, aunque estemos acostumbrados a
escucharlo: «Bienaventurados los pobres de espíritu..., bienaventurados los que
lloran..., bienaventurados los perseguidos por... la justicia...,
bienaventurados seréis cuando os injurien y os persigan y digan con mentira
toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque
vuestra recompensa será grande en los cielos» (Mt 5, 312). Pero los discípulos
confiaban en aquel aventurero. Desde hace dos mil años y hasta el fin del mundo
no se agota el grupo de los que han seguido a Jesús. Basta mirar a los santos
de todos los tiempos. Muchos de ellos forman parte de aquella bendita
asociación de aventureros. ¡Sin dirección, sin teléfono, sin fax...!
Van Thuan
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