« ¿Dónde están tus acusadores?»
«Jesús se fue al monte de los Olivos. Al amanecer volvió al
Templo, y todo el pueblo acudía a él. Entonces se sentó y comenzó a enseñarles.
Los escribas y los fariseos le trajeron a una mujer que había sido sorprendida
en adulterio y, poniéndola en medio de
todos, dijeron a Jesús: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante
adulterio. Moisés, en la ley, nos ordenó apedrear a esta clase de mujeres. Y
tú, ¿Qué dices?”. Decían esto para ponerlo a prueba, a fin de poder acusarlo.
Pero Jesús, inclinándose, comenzó a escribir en el suelo con el dedo. Como
insistían, se enderezó y les dijo: “Aquél de ustedes que no tenga pecado, que
arroje la primera piedra”. E inclinándose nuevamente, siguió escribiendo en el
suelo. Al oír estas palabras, todos se retiraron, uno tras otro, comenzando por
los más ancianos. Jesús quedo solo con la mujer, que permanecía allí, e
incorporándose, le preguntó: “Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Nadie te ha condenado?”.
Ella le respondió: “Nadie, Señor”. “Yo tampoco te condeno –le dijo Jesús-.
Vete, no peques más en adelante ».
Jn. 8, 1-11
Todos nos hemos reído con el “Chavo del ocho” y los
personajes de la vecindad. Pero había un personaje que no vivía en la vecindad,
y era el hijo del dueño de la misma. Le decían Ñoño y cada vez que se burlaban
de él, decía «Míralo a él, míralo a él». Este es la imagen del “acusete” y nos
va ayudar a entender el evangelio de este domingo.
En la cuaresma se nos invita a la oración que debería
culminar con la apertura al Dios de la misericordia. Lamentablemente muchas
veces este tiempo de gracia no tiene este efecto. Por el contrario, activa las
compulsiones y atemoriza las conciencias.
¿Por qué muchos consideran a la cuaresma como un tiempo
“para sufrir”? ¿Por qué la cuaresma se ha convertido con el paso de los años en
sinónimo de “dolor y sacrificio”? ¿Es que acaso estipula Dios un tiempo
especial para que sus hijos sufran y lloren?
Para algunos la cuaresma se convierte en un tiempo de
tortura. No logran encontrarse con Dios.
En lugar de fijar los ojos en Dios, lo fijan en sí mismos contemplándose al
espejo.
La cuaresma es un tiempo bellísimo porque deja en evidencia
cómo estamos situados en nuestra fe. Si frente al rostro misericordioso de Dios
o frente a la propia imagen. Por ello la cuaresma se convierte en tortura para
algunos, porque se los invita a un examen de conciencia que en lugar de hacerlo
frente a Dios, lo hacen frente a la imagen idealizada que tienen de sí mismos.
Cuando Jesús queda sólo con la mujer que había sido
sorprendida en flagrante adulterio le pregunta « ¿dónde están tus acusadores?
¿Nadie te ha condenado?»
En esto radica la diferencia entre quienes transitan la
cuaresma como tiempo de reconciliación o como tiempo de tortura. En los
primeros se despierta la conciencia de pecado que mueve al arrepentimiento, y
en los otros el remordimiento que surge del ego herido que mueve a la angustia
y a la auto condena. La imagen propia
dañada es la que acusa. La mancha en el alma es la que acusa, la pérdida del
sentimiento de perfección es el que acusa, no el reconocimiento del daño hecho
a otro, sino de la imagen desfigurada de uno mismo.
La culpa es constructiva cuando nace del cotejo entre mi yo
y los valores del evangelio. Cuando, fruto del examen de conciencia, reconozco
que he transgredido un estilo de vida libremente escogido.
La culpa es destructiva cuando la angustia que surge no es
fruto errado del ideal evangélico sino que surge de no ver realizado nuestro
deseo de ser amados y reconocidos.
Muchas veces, la culpa es destructiva porque, como Ñoño,
nuestro ego herido dice: “Míralo a él, míralo a él” buscando reconstruir
ansiosamente la imagen de perfección que ha perdido.
Pidamos a Dios que su mirada misericordiosa sea la que nos
descubra el pecado, la falta de amor y caridad, y no sea el propio “Narciso”
disfrazado de monaguillo el que nos acuse frente a la propia imagen idealizada.
P. Javier Rojas sj
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