El crecimiento espiritual se produce en nosotros en un campo de enfrentamiento entre dinámicas contrarias: voces mudas de la cultura, alimentadas por el egoísmo y la autojustificación personal, de las que no nos podemos librar sino con la ayuda de Dios. Dinámicas que no se manifiestan fácilmente, subterráneos del lenguaje, implícitos en oposición que nos exigen una gran dosis de prudencia y de habilidad para no caer en engaños. La primera distinción, según san Ignacio, es la que se produce entre “pensamientos propios” y “pensamientos prestados”. Esta duplicidad de capas interiores y de dinámicas discursivas nos habla de una complejidad grande en las instancias del yo. Por eso se hace vital el aprendizaje del discernimiento: sentir para conocer, no en la teoría sino en la práctica. Observación atenta de las mociones en uno mismo y apertura confiada al testigo acompañante. Sólo el diálogo nos salvará de los posibles engaños.
Xavier Quinzà Lleó, sj
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