Según
estudios serios, realizados por varias universidades americanas, los niños sonríen
y se ríen alrededor de 300 veces por día…Los adultos llegamos apenas a 17.
Qué nos
ocurre a los adultos que a medida que pasan los años dejamos de sonreír? Es que
acaso ser maduros implica tener el ceño fruncido? Es que acaso el trabajo y las
preocupaciones diarias absorben tanto
nuestras energías que perdemos la capacidad de expresar la alegría?
Les
propongo el siguiente ejercicio. Observen a la gente que camina por la calle. Tómense
unos minutos y observen los rostros. Todos van sumidos en sus preocupaciones,
apurados por llegar a sus destinos, escuchando música sin conectarse con lo que
los rodea. Se darán cuenta de los rostros amargos de la mayoría de los
transeúntes…Ceños fruncidos, apuro, desconexión del entorno, mirada esquiva…La
vida moderna, que le llaman, que más parece falta de vida, que vida en serio…
Qué nos
pasa que a medida que crecemos vamos perdiendo la capacidad de asombro y las
ganas de reír?
Hoy le
pedimos al Señor que el dolor que nos rodea, que la economía inestable, que los
problemas familiares, que la hipoteca, que el sueldo que no alcanza, que
aquella enfermedad que me toca transitar, que las injusticias de la vida…no me
quiten las ganas de sonreír. Le pedimos a Dios que nos ayude a relajar nuestro
rostro y a pintarlo de sonrisas que, seguramente, impactarán en nuestro estado
de ánimo y en el de nuestro entorno.
Hay un
santo al que adoro. El santo de la eterna sonrisa, Alberto Hurtado. Quien a
pesar de pasar por circunstancias de vida difíciles nunca perdió el encanto de
sus sonrisa, amplia, franca; y de esa risa contagiosa que recuerdan todos los
que lo conocieron.
Ayúdanos
Señor a reír y a sonreír durante esta jornada.
A regalar sonrisas para que otros se contagien. A sostener sentimientos
de gratitud con una sonrisa en los labios. Y a reírnos porque hay mucha alegría
que necesita ser descubierta aún!!!
Que así
sea.
@Ale Vallina
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