«El desierto fecundo »
«Jesús dijo a sus discípulos: “En aquellos días, el sol se
oscurecerá, la luna dejará de brillar, las estrellas caerán del cielo y los
astros se conmoverán. Y se verá al Hijo del hombre venir sobre las nueves,
lleno de poder y de gloria. Y él enviará a los ángeles para que congreguen a
sus elegidos desde los cuatros puntos cardinales, de un extremo al otro del
horizonte. Aprendan esta comparación, tomada de la higuera: cuando sus ramas se
hacen flexibles y brotan las hojas, ustedes se dan cuenta de que se acerca el
verano. Así también, cuando vean que suceden todas estas cosas, sepan que el
fin está cerca, a la puerta. Les aseguro que no pasará esta generación, sin que
suceda todo esto. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.
En cuanto a ese día y a la hora, nadie los conoce, ni los ángeles del cielo, ni
el Hijo, nadie sino el Padre”.»
Mc 12, 24-32
Hay muchas personas que sienten que son obligadas a
transitar por situaciones difíciles. Atraviesan por momentos dolorosos en los
que experimentan que son probadas hasta el límite de sus fuerzas. Podríamos
afirmar, incluso, que llegan a sentirse verdaderamente derrotados.
En esas situaciones se experimentan a sí mismas como
transitando por un árido desierto donde la soledad parecería ser la única
compañera. Muchas veces la incomprensión de los que la rodean hace que esa
soledad sea aún más honda... Los consejos
de cómo deberían vivir, o de qué manera deberían hacer frente a la situación
dolorosa no les favorecen. Por el contrario las inducen a tomar mayor contacto
con la incapacidad que experimentan.
Pareciera como si la duda, las angustias y el “sin sentido”
tomaran cautiva el alma de estas personas. Sienten y ven la realidad de color
gris oscuro, húmedo, tristemente sombrío, como si la oscuridad se cerniera
sobre su alma…
Desde el punto de vista médico los diagnósticos abundan
siempre en torno a lo mismo: depresión. Y aunque el tratamiento puede ser el
más indicado, lo cierto es que estas personas no sienten ni experimentan
mejoría.
Quien ha atravesado por situaciones semejantes o vive cerca
de alguien que padece esta enfermedad sabe muy bien lo que es ver a alguien que
no puede ponerse de pie y que no logra salir adelante.
Desde el punto de vista espiritual puede tratarse de una de
esas situaciones que los místicos llamaron “la noche oscura”. Ese momento de
soledad y silencio de Dios, donde parece que la “divinidad se esconde” pero que
en realidad son los dolores de parto que preparan al alma y a la conciencia,
para una nueva vida. Esta experiencia espiritual necesita de fe en Dios para
salir adelante.
Es tan fuerte nuestro egocentrismo que a veces sólo el dolor
desgarrador del silencio y de la soledad, pueden quebrar el caparazón que nos
encierra sobre nosotros mismos.
No podemos cometer el error de creer que el dolor por sí
mismo sana. Nuestra fe no fomenta el masoquismo. “El sufrimiento sólo cura
cuando desarrollamos la actitud adecuada” (John Sanford).
A veces nos encontramos con personas que en lugar de emerger
de su dolor purificados, hacen de él un arma poderosa para manipular. No hay
peor enfermedad que aquella que se utiliza para satisfacer las propias
necesidades del ego.
El dolor, sufrimiento, “noche oscura”, desierto, o como
queramos llamar a estos momentos de mayor fragilidad, no son instancias para
aprender a dominar a los demás. Hay quienes aprovechan esas situaciones para
desarrollar sus facetas de víctimas o mártires y crear sentimientos de
culpabilidad sobre aquellos que no reaccionan a las satisfacciones de sus
necesidades.
Pero no quiero reflexionar sobre los que aprovechan el
propio sufrimiento para convertir en un calvario la vida de los demás, sino de
aquellos que viven su dolor como un paso para un “nuevo nacimiento”.
Las situaciones difíciles no necesariamente son amenazadoras
si aprendemos a apoyarnos en ellas para surgir. ¿Cómo? En ello radica la
dificultad: no hay recetas. Sólo aquel que acoge su propio desierto con
amplitud de conciencia y se dispone a renacer, el que sabe abrirse a la
presencia la divinidad en la soledad del desierto es el que encuentra el camino
de salida…
Existen muchas personas que dicen haber vuelto a la vida
después de atravesar momento de extremo e intenso dolor. Esas personas
aprendieron a vivir estando “muertas”. A veces el sufrimiento nos hace tomar
conciencia de la manera equivocada que tenemos de vivir y nos ofrece una
oportunidad para madurar.
El sufrimiento poda las ramas torcidas de nuestro
perfeccionismo. El dolor esculpe la dura piedra de la avaricia y el desierto
purifica el alma de todo afán de poder y dominación. Y cuando somos liberados
de estos “demonios” empezamos a vivir realmente.
De esto nos habla el evangelio hoy. El discurso apocalíptico
de Marcos nos abre la esperanza a una nueva era. Un nuevo comienzo. Un nuevo
nacimiento. Para llegar a la tierra prometida hemos de aventurarnos a transitar
en el desierto del despojo de la autoreferencia para abrirnos a la conciencia
del amor a los demás.
La “noche oscura” del alma es el momento crucial de un nuevo
nacimiento. Los seres humanos creemos tanto que somos capaces de controlar todo
que sólo en la situación de soledad, vacío y despojo es posible para Dios
forjar en nosotros algo nuevo. Cuando perdemos nuestras propias fuerzas es
cuando Dios modela nuestro ser para hacerlo más semejante a su Hijo…
Si estás atravesando un momento de crisis interior no creas
que estás en la peor situación de tu vida. Tal vez sea el momento del
surgimiento de algo nuevo. Quizás es el momento oportuno para hacer más
consciente la manera que tienes de vivir y asumir el dolor como una experiencia
de purificación y no de castigo.
P. Javier Rojas sj
Comentarios