«Una palabra tuya bastará…»
Domingo 11 de junio – X – Corpus Christi
« 12 El primer día de la fiesta de los panes sin levadura, cuando se sacrificaba el cordero de la Pascua, sus discípulos le dijeron : ¿Dónde quieres que vayamos y hagamos los preparativos para que comas la Pascua? 13 Y envió a dos de sus discípulos, y les dijo: Id a la ciudad, y allí os saldrá al encuentro un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidle; 14 y donde él entre, decid al dueño de la casa: "El Maestro dice: '¿Dónde está mi habitación en la que pueda comer la Pascua con mis discípulos?'" 15 Y él os mostrará un gran aposento alto, amueblado y preparado; haced los preparativos para nosotros allí. 16 Salieron, pues, los discípulos y llegaron a la ciudad, y encontraron todo tal como Él les había dicho; y prepararon la Pascua. 22 Y mientras comían, tomó pan, y habiéndolo bendecido lo partió, se lo dio a ellos, y dijo: Tomad, esto es mi cuerpo. 23 Y tomando una copa, después de dar gracias, se la dio a ellos, y todos bebieron de ella. 24 Y les dijo: Esto es mi sangre del nuevo pacto, que es derramada por muchos. 25 En verdad os digo: Ya no beberé más del fruto de la vid hasta aquel día cuando lo beba nuevo en el reino de Dios. 26 Después de cantar un himno, salieron para el monte de los Olivos.».
Mc 14, 2-16. 22-26
En una oportunidad un novicio preguntó a su maestro;
-Padre, ¿usted como reza?
El maestro le respondió;
-Dime tu primero como rezas…
-Entro a la capilla –respondió el novicio- me pongo de rodillas frente al sagrario y miro a Jesús…
-El maestro contestó
-Yo rezo de manera distinta; Porque mientras tú vas a mirar a Jesús…, yo me pongo en su presencia para que Él me mire… porque en el amor, la iniciativa siempre la tiene Dios…
Es verdad. «Nosotros amamos porque Dios nos amó primero» (1 Jn 4, 19). No se vive la fe de manera idéntica si me sitúo delante de Dios, para “ganar” su amor, que para “agradecer” su amor. Esta diferencia marca la manera de relacionarnos con Dios y el modo como nos relacionamos con los demás.
Hay personas a las que les gusta llamar la atención de los demás, y personas a las que les encanta pasar desapercibidas. Y esto no significa que unas sean histriónicas y otras tímidas. O que a unas les gusta ser tenidas en cuenta por todos y otras, mas “humildes”, rechacen estar en los primeros lugares o primeros planos. No, no se trata solamente de ello.
Creo que en muchos casos tiene que ver con la mirada del otro. Es decir, lo que la mirada del otro me despierta… o mejor aun, lo que me gustaría que el otro vea…
Hay miradas que despiertan temor, y otras confianza. Miradas que generan condena, y aquellas que transmiten compasión. Miradas de aceptación y miradas de rechazo. Hay ojos que transmiten serenidad y otras que dejan traslucir amargura y resentimiento. Hay miradas que trasmiten vida y otras que parecen se han apagado antes de tiempo…
Según cómo queremos que nos vean o como nos sentimos mirados, es cómo en realidad terminamos viviendo… y es que la mirada del otro, en parte, “condiciona” nuestra manera de vivir y relacionarnos…
Quien se sitúa delante de Dios, para que mire “las buenas obras que realiza”, terminará rezando como el fariseo de la parábola, despreciando a todos los demás que no son como él. Hay personas “piadosas”, que en realidad buscan ser «alabados por los hombres», ser tenidos como santos o espirituales frente a los demás… esas personas, dice el evangelio, «ya tienen su recompensa» (Mt 6,2). No conviertas tu vida de fe, o religiosa o sacerdotal, en un escenario o pasarela. Desgraciadamente hay quienes entran en la presencia de Dios, como el publicano en el templo… pero salen como el fariseo… Estos son los que convierten su vocación en una oportunidad para buscar ser «alabados por los hombres». Hemos visto a muchos hombres y mujeres que luego de aceptar seguir a Dios despojándose de todo, empiezan a recuperar todo lo que dejaron… incluso los vicios y el deseo de tener y poseer… Personas que dicen haber encontrado a Dios, pero sin embargo viven codiciando todo…
Por el contrario, hay quienes se sitúan delante de Dios como aquel centurión que dijo a Jesús; «Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa, basta que digas una palabra y mi criado quedará sano» (Mt 8, 8). Este hombre, pagano, percibió en los ojos de Jesús, compasión y aceptación. No pidió nada extraordinario, sólo «una palabra». Quien reconoce a Jesús, como el Hijo de Dios, sólo «una palabra» le basta, e incluso, la «sola presencia» es suficiente.
Como un niño que siente miedo a la soledad u oscuridad, se alegra de la presencia de su padre, así también el cristiano se alegra de la presencia de Cristo en la Eucaristía, sin pronunciar palabra… Como el enamorado/a que siente la necesidad de estar con aquel a quien ama, y su presencia le basta, así también el hombre y la mujer de fe buscar estar a solas con Cristo en la eucaristía, o cuando un amigo, que siente la necesidad de compañía, se consuela por la presencia del otro, así también el creyente encuentra en la Eucaristía la presencia que serena, en silencio y sin pronunciar palabra… Estar en presencia de la Eucaristía es dejar que Dios nos ame como él quiere…
Esto es lo que celebramos hoy en Corpus Christi, la presencia de Aquel que, ya sea que diga un «sola palabra» o que permanezca en silencio, con su sola presencia nos basta para sentirnos amados. Nos ponemos delante de Aquel, para que su mirada de Padre nos transforme en hijos.
Pidamos a Dios en esta fiesta de Corpus Christi, que aprendamos a situarnos delante de la Eucaristía, como hijos, y no como siervos. Que podamos estar en su presencia como el publicano, frágiles y pequeños, reconociendo su fuerza y grandeza.
P. Javier Rojas sj
Comentarios