«Cristiano es el que comparte.»
Solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo
Lc 9, 11-17
Con frecuencia, y frente a las decepciones que vivimos los
cristianos, somos tentados de fundar nuestra vida en nuestros “pareceres”. En
ocasiones es resultado de los desengaños vividos por parte de aquellas personas y/o instituciones
que deberían marcarnos el camino. Es
cierto además, que como católicos deberíamos abrir nuestros corazones para
recibir el mensaje que se nos comparte… Pero no podemos quedarnos “rumeando” el
sin sabor de las cosas que no nos agradan. Nuestra vocación de cristianos nos
exige mirar al mundo y a la realidad en la que vivimos como Cristo lo hizo.
Así el sentido de nuestra vocación de cristianos la encontraremos siempre clara y nueva en la contemplación del rostro de Jesús. En su mirada no hay equívocos ni lugar a debates de ninguna clase. Es sencilla y contundente, sin más. Y si nos animamos a sostener la mirada sobre Jesús, podremos comprobar con cuanta simplicidad nos vuelve a marcar el camino y a recuperar el sentido de nuestra vida de cristianos.
Hoy celebramos al Solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo y la liturgia no podría haber elegido un evangelio más oportuno para volver a profundizar sobre este gran misterio. El misterio de un Dios que se hace alimento para nosotros y por nosotros.
Es imposible no advertir que los tiempos que vivimos atentan contra elementos esenciales de nuestra fe. Por ello es necesario y urgente poder nutrirnos de Dios para así no desfallecer frente a las dificultades de la vida.
Somos tentados continuamente a perder nuestra condición de HIJOS, cuando el mundo entero y frente a las situaciones de dolor y de injusticia vuelve a hacerse eco de aquella pregunta que ha trascendido el tiempo «¿Dónde está tu Dios?»… Muchas veces no sabemos que responder, ¿Será que Dios ya no se acuerda de nosotros?
Somos tentados de perder la capacidad de RECONCILIARNOS como hermanos. Es que la injusticia y la hipocresía de quienes tienen el deber de conducir nuestro país hacia la unidad están más preocupados por sus bolsillos que por la dignidad humana.
Somos tentados de ENTRISTECERNOS ante un futuro que nos parece sin horizontes. Pero como nos recuerda el papa Francisco la alegría es un elemento esencial de nuestra fe porque de ella brota la confianza y la esperanza.
La historia vuelve a repetirse. Aquella multitud de hombres y mujeres que estaba con Jesús no parece que viviera situaciones tan distintas a las nuestras. También se preguntaban si Dios se había olvidado de ellos.
Esperaban al Mesías ¿Cuándo iba a venir? Estaban al igual que nosotros sujetos a los intereses políticos de turno, que no atendía a las necesidades del pueblo sino que buscaban la manera de enriquecerse y perpetuarse en el poder…Y también como nosotros estaban tentados de perder la confianza y la esperanza.
Y en este contexto mientras Jesús contemplaba a su pueblo fue cuando sus discípulos se le acercan y le dicen: «Despide a la multitud, para que vayan a los pueblos y caseríos de los alrededores en busca de albergue y alimento, porque estamos en un lugar desierto» (Lc 9, 13).
Desde el encuentro de Jesús con esa multitud, la misión de los discípulos iba a cambiar para siempre. Aquellas personas que estaban cansadas y abatidas, no serían despedidas. Jesús no iba dejar que se marcharan. El no actuaría como los discípulos que deseaban “sacarse de encima a la multitud”… Sus discípulos querían estar con Jesús, pero parece que querían evitar cualquier tipo de compromiso con esa realidad. Tal vez porque sentían, que aquella situación los iba a superar. Hacerse cargo de la alimentación de aquella muchedumbre no iba a ser nada fácil.
Ante este cuadro de situación Jesús les devuelve el verdadero sentido de la COMUNIÓN. Que no es intimismo, ni privilegio de pertenecer a un grupo sino que es expresión de nuestra fe. Puede llamarse discípulo de Jesús a aquel que comparte, a aquel que da algo de lo que posee a aquellos que no tienen.
Estos discípulos se sienten incapaces de hacer frente a la demanda de tener que hacerse cargo de las necesidades de los demás porque ven que no tienen “mucho” para ofrecer. Perciben que la pobreza en la que viven les impide responder a las miserias de los demás. Jesús los vuelve a re-orientar en su misión, porque les enseña que los verdaderos vínculos con los demás no se dan desde lo “que me sobra”, desde “arriba”, como quién ha superado el cansancio y el abatimiento de la vida, sino que deben vivirse desde la propia experiencia de miseria. En definitiva desde la propia experiencia de amor incondicional de Dios.
Cuando Jesús les dice « Denles ustedes de comer » no les pregunta si les sobra, los invita a que compartan… Este es el milagro de la multiplicación de los panes, que aquellos que tengan algo, puedan compartirlo con los demás.
No podemos esperar que las políticas del gobierno cambien. Es urgente que empecemos a compartir lo que tenemos. Ya mismo. ¡Ahora!
Desde el reconocimiento de nuestra propia vida es como puede darse una verdadera COMUNIÓN. No debemos ayudar a los demás porque sintamos que tenemos, porque de lo contrario daremos lo que nos sobra. Jesús nos pide que compartamos lo que tenemos. Esto es verdadera caridad.
Pidamos a Dios, que al celebrar la solemnidad del Cuerpo y Sangre de su Hijo nos animemos a tender la mano al que necesita. Sin miedo. Sinceramente. De corazón y todos los días. Amén.
Así el sentido de nuestra vocación de cristianos la encontraremos siempre clara y nueva en la contemplación del rostro de Jesús. En su mirada no hay equívocos ni lugar a debates de ninguna clase. Es sencilla y contundente, sin más. Y si nos animamos a sostener la mirada sobre Jesús, podremos comprobar con cuanta simplicidad nos vuelve a marcar el camino y a recuperar el sentido de nuestra vida de cristianos.
Hoy celebramos al Solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo y la liturgia no podría haber elegido un evangelio más oportuno para volver a profundizar sobre este gran misterio. El misterio de un Dios que se hace alimento para nosotros y por nosotros.
Es imposible no advertir que los tiempos que vivimos atentan contra elementos esenciales de nuestra fe. Por ello es necesario y urgente poder nutrirnos de Dios para así no desfallecer frente a las dificultades de la vida.
Somos tentados continuamente a perder nuestra condición de HIJOS, cuando el mundo entero y frente a las situaciones de dolor y de injusticia vuelve a hacerse eco de aquella pregunta que ha trascendido el tiempo «¿Dónde está tu Dios?»… Muchas veces no sabemos que responder, ¿Será que Dios ya no se acuerda de nosotros?
Somos tentados de perder la capacidad de RECONCILIARNOS como hermanos. Es que la injusticia y la hipocresía de quienes tienen el deber de conducir nuestro país hacia la unidad están más preocupados por sus bolsillos que por la dignidad humana.
Somos tentados de ENTRISTECERNOS ante un futuro que nos parece sin horizontes. Pero como nos recuerda el papa Francisco la alegría es un elemento esencial de nuestra fe porque de ella brota la confianza y la esperanza.
La historia vuelve a repetirse. Aquella multitud de hombres y mujeres que estaba con Jesús no parece que viviera situaciones tan distintas a las nuestras. También se preguntaban si Dios se había olvidado de ellos.
Esperaban al Mesías ¿Cuándo iba a venir? Estaban al igual que nosotros sujetos a los intereses políticos de turno, que no atendía a las necesidades del pueblo sino que buscaban la manera de enriquecerse y perpetuarse en el poder…Y también como nosotros estaban tentados de perder la confianza y la esperanza.
Y en este contexto mientras Jesús contemplaba a su pueblo fue cuando sus discípulos se le acercan y le dicen: «Despide a la multitud, para que vayan a los pueblos y caseríos de los alrededores en busca de albergue y alimento, porque estamos en un lugar desierto» (Lc 9, 13).
Desde el encuentro de Jesús con esa multitud, la misión de los discípulos iba a cambiar para siempre. Aquellas personas que estaban cansadas y abatidas, no serían despedidas. Jesús no iba dejar que se marcharan. El no actuaría como los discípulos que deseaban “sacarse de encima a la multitud”… Sus discípulos querían estar con Jesús, pero parece que querían evitar cualquier tipo de compromiso con esa realidad. Tal vez porque sentían, que aquella situación los iba a superar. Hacerse cargo de la alimentación de aquella muchedumbre no iba a ser nada fácil.
Ante este cuadro de situación Jesús les devuelve el verdadero sentido de la COMUNIÓN. Que no es intimismo, ni privilegio de pertenecer a un grupo sino que es expresión de nuestra fe. Puede llamarse discípulo de Jesús a aquel que comparte, a aquel que da algo de lo que posee a aquellos que no tienen.
Estos discípulos se sienten incapaces de hacer frente a la demanda de tener que hacerse cargo de las necesidades de los demás porque ven que no tienen “mucho” para ofrecer. Perciben que la pobreza en la que viven les impide responder a las miserias de los demás. Jesús los vuelve a re-orientar en su misión, porque les enseña que los verdaderos vínculos con los demás no se dan desde lo “que me sobra”, desde “arriba”, como quién ha superado el cansancio y el abatimiento de la vida, sino que deben vivirse desde la propia experiencia de miseria. En definitiva desde la propia experiencia de amor incondicional de Dios.
Cuando Jesús les dice « Denles ustedes de comer » no les pregunta si les sobra, los invita a que compartan… Este es el milagro de la multiplicación de los panes, que aquellos que tengan algo, puedan compartirlo con los demás.
No podemos esperar que las políticas del gobierno cambien. Es urgente que empecemos a compartir lo que tenemos. Ya mismo. ¡Ahora!
Desde el reconocimiento de nuestra propia vida es como puede darse una verdadera COMUNIÓN. No debemos ayudar a los demás porque sintamos que tenemos, porque de lo contrario daremos lo que nos sobra. Jesús nos pide que compartamos lo que tenemos. Esto es verdadera caridad.
Pidamos a Dios, que al celebrar la solemnidad del Cuerpo y Sangre de su Hijo nos animemos a tender la mano al que necesita. Sin miedo. Sinceramente. De corazón y todos los días. Amén.
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