«Tres claves para comprender el amor»
« y les dijo: --Así
está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciese y resucitase de los
muertos al tercer día; y que en su
nombre se predicase el arrepentimiento y la remisión de pecados en todas las
naciones, comenzando desde Jerusalén. Y vosotros sois testigos de estas cosas. He
aquí yo enviaré el cumplimiento de la promesa de mi Padre sobre vosotros. Pero
quedaos vosotros en la ciudad hasta que seáis investidos del poder de lo alto. Entonces
él los llevó fuera hasta Betania, y alzando sus manos les bendijo. Aconteció que al bendecirlos, se fue de ellos,
y era llevado arriba al cielo. Después
de haberle adorado, ellos regresaron a Jerusalén con gran gozo; y se hallaban continuamente en el templo,
bendiciendo a Dios.»
Lc 24,46-53
Hay un dicho popular que dice: “La confianza lleva años en
construirse y puede quebrarse en un segundo”. ¿Es verdad? ¿Puede un segundo más
que años de trabajo? ¿Es posible que algo tan vital en nuestras relaciones se
derrumbe en un instante?
Se dice que la confianza, “es la creencia en que, persona o
grupo será capaz y deseará actuar de manera adecuada en una determinada
situación”, y me gusta agregar, según sus principios y valores. Porque, en
definitiva, son ellos lo que hacen despertar o no la confianza.
Cuando decimos que tenemos confianza en alguien o en
nosotros mismos, en realidad ¿Qué estamos afirmando?
Hay que tener cuidado de no confundir la confianza con el
afán de que los demás respondan según las propias exigencias. ¡Eso no es
confianza! Es un burdo y antiguo deseo de controlar a los demás para satisfacer
las propias necesidades, en la mayoría de los casos motivado por inseguridad
personal.
Es verdad que los gestos son importantes para que surja la confianza. Por medio de ellos conocemos en
gran parte a una persona, pero también es cierto que hay personas que aun siendo “políticamente” correctas no
despiertan confianza. Solemos decir; “no sé, tiene algo que no me convence”. La
confianza necesita de gestos, pero no se reduce a una expresión meramente
exterior.
Confiar en alguien es depositar nuestra vida o parte de ella
en el corazón de otra persona. Y significa que son los valores y principios de
esa persona los que nos hacen reposar en su compañía. Esa confianza que tuvo su
origen por medio de gestos y actitudes, no se reducen a ellos, sino que lo
trasciende. Sólo entonces podemos decir que hay confianza.
Si sólo atendemos a los gestos de una persona para confiar
en ella, no podemos decir que tenemos confianza. Porque en algún momentos sus
gestos dejarán de responder totalmente a los propios requerimientos. La confianza va más allá de lo que se puede
ver y comprobar. La confianza es una certeza en las convicciones de otra
persona, más allá de que sus gestos y acciones pueden responder o no a las
propias expectativas.
No podemos decir que tenemos confianza en una persona sólo
porque ella responde a las propias expectativas. Eso no es confianza, sino
control. Cuando sentimos confianza no esperamos que los demás actúen como yo
quiero, sino que actúen según sus principios y valores. Según la verdad de su
corazón. Una pregunta que podemos hacernos para saber si confiamos o no en
alguien, no es si sus gestos y actitudes me convencen, sino, ¿Creo que actuará
según sus propios valores y principios?.
Si damos o quitamos
confianza a los demás por las cosas que hacen o dejan de hacer, es que en
realidad no hay confianza. Por eso cuesta tanto confiar en alguien, porque
necesitamos conocer sus principios y valores, y esto lleva tiempo. Y por lo
mismo duele tanto cuando sentimos que la confianza se rompió. Lo que más duele
cuando se quiebra una verdadera confianza, no es la ilusión de que los demás
hayan dejado de responder a los propios requerimientos, sino que esa persona
haya traicionado sus propios valores y principios en lo que uno mismo creyó.
¡Éste es el dolor más grande!
Dios confía en el hombre. Jesús se encarnó para aprender a
ser hombre y a vivir entre nosotros “como uno de tantos”. Confió en los demás
porque creyó en ellos, y sufrió en carne propia el dolor del engaño y la
mentira.
Jesús apostó por los valores y principios de sus discípulos.
Él conocía el corazón de estos hombres y sabía que a pesar de su debilidad y
fragilidad, de sus incoherencias y temores, de sus torpezas y aciertos, eran
capaces de vivir según la verdad de su corazón, y fue entonces cuando los
convirtió en apóstoles. Jesús les confió la misión que recibió de su Padre.
¿Te imaginas que Jesús puede confiar en ti por tus gestos y
actitudes solamente? ¿Crees que resultarías ser confiable para Jesús sólo por
como actúas y vives? ¿Te imaginas que Dios puede confiar en ti por la
coherencia con la que vives? Personalmente creo que no podría confiar en
nosotros a juzgar sólo por nuestro modo de actuar o vivir. Dios confía en
nosotros porque apuesta a la verdad profunda de nuestro corazón. Cree en
nuestros valores y principios, aunque nosotros no seamos lo suficientemente
fieles a ellos. Confía en ese anhelo del ser humano de ser auténtico y en el
deseo de vivir conforme a su condición de hijo, aunque por momentos no haga
otra cosa que desfigurar en él su vocación.
El núcleo del mensaje que Jesús confió a sus discípulos es
que tenemos que amar al prójimo como a nosotros mismos (Mt. 22, 39). Pero, por
si ese amor a nosotros mismo no fuera lo suficientemente acertado y sano,
aclaró; «Ámense los unos a los otros, como yo los he amado» (Jn 15, 9-17). Ya
no sólo con el amor que se aman a ustedes mismos, sino «COMO yo los he amado».
Este amor tiene tres dimensiones;
• El amor
se tiene: «Todo reino dividido contra sí mismo está arruinado ». (Mt 12,25)
Esta es la primera y gran conquista que el hombre debe alcanzar: estar
unificado internamente, que significa amarse a sí mismo y que no tiene nada que
ver con ser individualista o egocéntrico. Amarse a sí mismo es aceptar la
condición humana frágil y limitada. Cuando el amor reposa primero en nosotros,
vivimos con paz interior y sólo cuando hay paz en nuestra vida podemos llegar a
amar a los demás. Amor, es aceptación y no resignación. Amar lo que uno es
significa reconciliar la propia historia y mirar hacia adelante con esperanza y
con fe. Si no se tiene amor hacia uno mismo, difícilmente se pueda entregar
amor. No podremos amar en verdad a los demás, si antes no hemos aprendido a ser
comprensivos y compasivos con nosotros mismos. El amor se tiene si se conquista
primero en nuestro interior.
• El amor
se recibe: «Como el Padre me amó así yo
los he amado ». (Jn 15, 9). La experiencia de ser amado por otro, es un signo
de generosidad. Sentirse querido, amado, deseado por otro, es una de las
experiencias más fuertes y significativas del hombre. El amor es un don de Dios
que llega a nosotros sin mérito de nuestra parte. Aun cuando nuestro
comportamiento pareciera rechazar ese amor, Dios lo seguirá entregando
infinitamente. Porque así como podemos experimentar el amor de otras personas,
sin que nosotros lo hayamos cultivado antes, de la misma manera Dios está
“empecinado” en amarnos hasta el fin. El amor cuando se recibe, es de una
calidad y profundidad superior a aquel que pretendemos ganar o comprar por
medio de nuestros méritos y que por el contrario no nos hace felices. El amor
comprado con nuestros méritos es como el agua entre las manos, se escurre
lentamente hasta que desaparece. No podemos obligar a los demás que nos amen,
pero sí podemos llegar a aceptar el amor que nos pueden dar.
• El amor
se ofrece: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por los amigos”
(Jn 15, 13). Cuando sentimos que podemos amar y entregar amor a otros, es
porque primero nos sentimos en paz con nosotros mismos, y porque hemos
experimentado profundamente la aceptación y el amor de los demás. Cuando uno se
ama a sí mismo, puede comprender y aceptar el amor de otro, y cuando esto sucede
nos damos cuenta que para sentir el amor y poder ofrecerlo hace falta libertad
interior. Tenemos que liberarnos de la obsesión y pretensión de que el amor de
otro colme todas las necesidades afectivas y llene todos mis vacíos. Porque el
amor humano es limitado. Quien tenga el corazón atado a la pretensión de que el
otro me ame como yo quiero, no encontrará paz y como consecuencia no sabrá
gustar del amor que el otro puede dar. Para amar y sentirse amado hace falta tener paz y libertad interior
para aceptar y disfrutar el amor limitado que el otro puede ofrecer.
Pidamos a Dios la gracia de entender la magnitud de su
mensaje y de asumir con responsabilidad, que nuestra vida cobra sentido cuando
podemos disfrutar el amor libremente.
P. Javier Rojas sj
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