Somos “evangelio” para nuestros hermanos y hermanas, y si perdemos esa calidad de nuestra vida se nos difumina la vocación: ese secreto tan bien guardado de nuestras pobres vidas. La espiritualidad de la que vivimos es nuestra respuesta al carisma recibido de Dios a nuestro propio estilo de vida. La identidad es un don, recibido de Dios y encauzado en unos motivos particulares. Volver a saborear a Dios gustado y sabroso. Volver a recuperar el gozo de las largos ratos de oración, como trato de amistad, como camino de educación de la mirada. Al orar, nos sabemos mirados con ternura y con esa mirada queremos mirar al mundo.

Xavier Quinzà Lleó, sj

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