Lo que esta en juego es la relación entre la gracia de Dios
y la libertad del hombre, cuestión difícil sobre la que los teólogos han
reflexionado mucho y se han enfrentado a menudo, buscando el camino apropiado evitando
dos escollos: por un lado, pensar que el hombre únicamente alcanza la salvación
mediante su esfuerzo y su voluntad (pelagianismo); por otro, ponerse totalmente
en manos de Dios sin cooperar, puesto que es El quien debe hacerlo todo
(quietismo).
La originalidad de la máxima consiste
en establecer la relación o, mejor aun, marcar la unidad entre la confianza en
Dios y la confianza en el hombre: tener fe en Dios es ponerse a trabajar sin
esperar su intervención, pero confiando plenamente en los medios, recursos y
talentos de los que yo dispongo, que son don suyo: confío lo bastante en
El como para creer que me ha dado lo necesario para arreglármelas por mi mismo.
Este es el centro de la paradoja: confía lo bastante en Dios como para lanzarte
a la acción sin contar con su intervención, puesto que es El quien te ha dado
la capacidad de actuar. (Jacques Fedry, SJ – Decidir según Dios)
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