“Yo he meditado muchas veces sobre un pequeño dato de los evangelios que siempre me desconcierta: aquel en el que se cuenta que cuando Cristo murió, los soldados que le habían crucificado se sortearon la túnica.
¿Se la sortearon? ¿Con qué? Probablemente con unas tabas, que era el juego de la época. ¿Y qué hacían unas tabas al pie de la cruz?
Es muy simple: los soldados sabían que los reos tardaban en morir. Así que iban prevenidos: llevaban sus juegos para entretenerse mientras duraba la guardia y la agonía de los ajusticiados. Es decir, a la misma hora en que Cristo moría, en el momento en el que giraba la página más decisiva de la historia, había, al pie mismo de ese hecho tremendo, unos hombres jugando a las tabas.
Y lo último que Cristo vio antes de morir fue la estupidez humana: que un grupo de los que estaban siendo redimidos con su sangre se aburrían allí, a medio metro.
De todo lo que los evangelistas cuentan de aquella hora me parece este detalle lo más dramático y también, desgraciadamente, lo más humano de cuanto allí aconteció”.
“Los hombres estaban ciegos. Ciegos de egoísmo voluntario. Y uno no puede pensar sino con tristeza en el día del juicio de aquellos soldados, cuando se les preguntara lo que hicieron aquel viernes tremendo y tuviesen que confesar que no se enteraron de nada, porque estaban jugando a las tabas”.
“Pero ellos no eran más mediocres que nosotros: todos vivimos jugando a las canicas, encerrados en nuestro pequeño corazoncito, creyendo que no hay más problemas en el mundo que ese terrible dolor de nuestro dedo meñique”. (José Luís Martín Descalzo)

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