La
indiferencia de los que no hicieron nada por ti esa noche, ¿no te habrá dolido
más que los insultos y los golpes?
Unos
soldados romanos, unos hombres que no te conocen, que no vieron nunca un
milagro tuyo, que jamás escucharon tus palabras, descargan sobre ti toda la
crueldad de que son capaces. Eso duele. Pero, los que te oyeron, los que se
alimentaron con tus peces y tus panes milagrosamente multiplicados, los que se
curaron de sus enfermedades cuando los tocaste, los que se llenaron de
esperanza con tus palabras de vida, ante el poder organizado de los “hombres de
honor”, retroceden, miran para otro lado, cuanto más, se dirán “¡qué pena!”
La
indiferencia de los que parecían ser tuyos, eso seguro que te dolió más.
Pero
nos amas igual. La noche en que sufriste la mayor indiferencia dijiste “Padre,
que se haga tu voluntad”.
Ibas
a morir por los indiferentes. Por todos y cada uno, para que se cumpla lo
escrito, para que se cierre el círculo perfecto de tu salvación. Para darnos, a
partir de esa noche larga, interminable de dolor y angustia, la oportunidad
para siempre, de que salgamos de nuestra indiferencia y nos juguemos por ti.
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