«¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza!»
«El primer día de la semana, María Magdalena
fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la piedra quitada
del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro
discípulo, a quien tanto quería Jesús, y les dijo: - «Se han llevado del
sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.» Salieron Pedro y el otro
discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo
corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose,
vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de
él y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo y el sudario con que le
habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un
sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado
primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la
Escritura: que él hablaba de resucitar de entre los muertos»
Jn 20, 1-9
Seguramente que no podremos imaginar siquiera,
lo que sintió María Magdalena aquella mañana al ver el sepulcro vacío.
Los evangelistas tratan de retratar su
vivencia dando pinceladas de lo sucedido. Ella misma estaba desconcertada y no
podía explicar lo que había visto, pero ¿es posible comunicar a quién no cree
lo que significa la resurrección? ¿Cómo hablar de Dios a quienes carecen de
esperanza y de fe? ¿Es posible comunicar la vida en una cultura que legisla
sobre la muerte? ¿Le fue fácil a María Magdalena y a los discípulos de Jesús,
transmitir la resurrección de Cristo?
La
iglesia nos propone, antes del anuncio del evangelio, leer una secuencia en la que pregunta a María
Magdalena «¿Qué has visto de camino,
María, en la mañana?» Y en esta pregunta está la humanidad entera que
quiere volver a creer pero le falta fe.
Está presente el anhelo de tantos hombres y mujeres que sienten que se acaba su
amor y desfallece su esperanza. Está presente el deseo de
muchas personas de recuperar el sentido
de sus vidas porque ya no encuentran motivo suficiente para seguir
adelante.
Pero cuando preguntamos a María Magdalena, ¿cuéntanos
qué has visto aquella mañana? Ella responde con certeza y convicción, he visto «A mi Señor glorioso, la tumba abandonada,
los ángeles testigos, sudarios y mortaja. ¡Resucitó de veras mi amor y mi
esperanza!
Para María la resurrección es el
resurgimiento del amor y la esperanza. Éstos son los signos de la resurrección
y los rasgos particulares de los discípulos de Jesús resucitado.
Quizás la tarea más difícil del cristiano,
que quiere vivir la gracia de la resurrección, sea vivir en el amor y la
esperanza en medio de un mundo que por momentos parece rechazarlos pero por
otro, lo desea y añora.
Ninguno de nosotros jamás tendrá la
experiencia de ver las vendas en el suelo
para creer que Cristo resucitó, sin embargo podemos ver resurgir en los
demás el amor y la esperanza. Podemos ser testigos de que muchas personas recuperan
la fe, y con ella el amor y la esperanza. Si nos atrevemos a mirar más allá de
las apariencias con que solemos esconder la verdad, veremos que en la vida de
muchos comienza a despuntar el alba de la resurrección. Cuando nos encontramos
ante quienes vuelven a creer en el amor y la esperanza estamos frente a los
signos de la resurrección.
¡Cristo ha resucitado, y con Él el amor y la
esperanza!
Nosotros como discípulos de Jesús resucitados
debemos ayudar a que esa gracia de la resurrección se expanda por todos los
confines del mundo. ¿Cómo? Viviendo, comunicando, transmitiendo, amor y
esperanza. Al igual que María Magdalena y los discípulos debemos manifestar
estos signos de la resurrección con nuestro testimonio de vida para que los
demás crean en Cristo resucitado.
Toma conciencia de tus palabras, de tus
gestos, de tu manera de tratar a los demás y fíjate si con ellos transmites
amor y esperanza. Diles a los que tienes cerca que los amas, y cuando veas que
alguien se entristece comunícale esperanza. Tiéndele la mano al que sufre y
tiene necesidad de apoyo.
En nuestra vida cotidiana, debemos aprender a
ver al resucitado en la alegría, en el amor y la esperanza de muchos que
sienten que sus vidas resurgen de las cenizas.
Cristo vive «en
el nuevo ser que palpita, en el que busca amor, y en el que reza».
Ahí está el resucitado. Cristo Vive!
P. Javier Rojas sj
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