Hay un desorden externo y uno interno. Todos lo reconocemos, o al menos lo vislumbramos. En muchas ocasiones el desorden externo refleja, de alguno u otro modo, el desorden de nuestra interioridad.
Lo cierto es que así como cuando acomodamos cajones y alacenas; o cuando limpiamos los placares y roperos nos sentimos más a gusto y disfrutamos de la belleza y de la armonía. Ni qué decir cuando nos sorprendemos de la cantidad de trastos viejos e inútiles que podemos desechar para dar lugar a lo nuevo…
En nuestra vida interior suele ocurrir algo similar. ¡Mucho para desechar! Malos recuerdos, sentimientos nocivos, actitudes penosas que dañan y nos dañan.
La oración confiada y el deseo genuino de trabajar en uno mismo, pueden permitirnos que lo que está oscuro, confuso y desordenado logre, a la luz del Resucitado, salir del caos. ¡Lo inservible, afuera!
Dejemos espacio a lo nuevo, especialmente a lo que sana, acondiciona y nos otorga libertad.
@Ale Vallina.

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