«El sentido de la cuaresma »
«Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, los
llevó aparte a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos: su
rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la
luz. De pronto se les aparecieron Moisés y Elías, hablando con Jesús. Pero dijo
a Jesús: “Señor, ¡qué bien estamos aquí mismo tres carpas, una para ti, otra
para Moisés y otra para Elías”. Todavía estaba hablando, cuando una nube
luminosa los cubrió con su sombra y se oyó una voz que decía desde la nube:
“Éste es mi Hijo muy querido, en quién tengo puesta mi predilección:
escúchenlo”. Al oír esto, los discípulos cayeron con el rostro en tierra llenos
de temor. Jesús se acercó a ellos, y tocándolos, les dijo “Levántense, no
tengan miedo”. Cuando alzaron los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús solo.
Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó. “No hablen a nadie de esta
visión, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.».
Mt. 17, 1-9
La cuaresma no es el tiempo que elegimos los cristianos para
“sufrir un poco y hacer algún sacrificio”, como si ello fuera una condición
necesaria para convertirnos en discípulos de Jesús. Nuestra fe no se define ni
por el dolor que padecemos ni por el sacrificio que hacemos. Tampoco por el miedo al castigo y el infierno
como creen algunos sino por el amor que
brota de nosotros como respuesta a Aquel que nos amó primero (Cfr. 1 Jn 4, 19).
Sospecho que quienes tienen cierta obsesión por engendrar miedo al castigo y al
infierno en el pueblo de Dios, lo hacen porque para ellos el amor no tiene la
fuerza suficiente para convertirlos en mejores personas y buenos cristianos. La
diferencia que existe entre el «amor a Dios» y el «temor al infierno», es que
mientras el miedo te hace obediente a la ley de Dios, sólo el amor te convierte
en verdadero discípulo de Aquel que nos amó primero. Ese Dios infinitamente amoroso porque Él es el
AMOR.
Ahora bien, si por
vivir el mandamiento del amor (Cfr. Jn 13, 34) pasamos por el dolor y el
sacrificio eso significa que hemos asociado nuestra vida a la de Cristo.
Este tiempo de oración, penitencia y limosna como definimos
a la cuaresma, tampoco es el momento del año en que nos dedicamos a hacer
ayunos o dejamos de comer carne los viernes. El ayuno debe convertirse en
un gesto de solidaridad con aquellos que
por injusticia social pasan hambre o se alimentan de los restos de comida que
arrojamos en los tachos de basura. Si decides ayunar ofrece ese plato de comida
al que no tiene. El verdadero ayuno y sacrificio es el que nos hace salir de
nosotros mismos para encontrarnos con la necesidad del hermano. No juguemos a
ser buenos cristianos en este tiempo para alimentar la vanidad y la soberbia.
¡Tengamos cuidado de no parecer justos por fuera pero por dentro estar llenos
de hipocresía e iniquidad! (Cfr. Mt 23, 28)
Entonces, ¿Qué sentido y valor tiene para nosotros este
tiempo especial de cuaresma?
El evangelio de la transfiguración del Señor nos ofrece la
clave para comprender por qué la cuaresma es un momento especial. Del relato
del evangelista podemos extraer tres momentos en los que debemos profundizar en
este tiempo de cuaresma.
El primer momento; Volver a hacernos conscientes de que
somos elegidos, amados, tomados por Jesús e invitados a estar con Él. Dice el
evangelio que «Jesús tomo a Pedro, Santiago, y Juan». Jesús nos llama a vivir como él en las alegrías y en las penas, en los
triunfos y en los fracasos, en la vida y en la muerte [Cfr. EE 93]. En
definitiva, vivir en la presencia de Dios con la consciencia de que nos acompaña
y sostiene. Sabiendo que lo que define
nuestra vocación de cristianos es el amor a Dios y al prójimo… amando a los
demás como Él nos ama.
Reflexionemos, entonces, ¿cómo es nuestro modo o estilo de
vida? ¿Es sencilla y humilde como lo fue la del
hijo del carpintero o está llena de tramas y negociaciones al estilo de
los integrantes de la corte de Herodes? ¿Percibes como el amor de Dios va
modificando y transformando tu vida por dentro, o solo mejoras un poco la
fachada mediante la formalidad de las prácticas religiosas?
El segundo momento está marcado por el tiempo que reservamos
para estar a solas con Jesús. Afirma Mateo que los tres discípulos fueron
«llevados a un monte elevado». Este es el momento en que nos dedicamos a crecer
y madurar en nuestra fe en el silencio y la soledad de la oración, en un retiro
espiritual, por ejemplo, y donde aprendemos a estar con Jesús. La experiencia
de desierto nos ayuda también a tomar distancia de lo que vivimos para dejar
que la perspectiva de Dios nos permita ver los acontecimientos y situaciones que
vivimos de manera nueva.
Cuando dedicamos un momento a mirar lo que vivimos desde la
fe, todo toma un sentido distinto. El mismo Jesús adquiere nueva presencia.
Está transfigurado y lo reconocemos presente en todo como el amigo que nos
acompaña en nuestro caminar. Jesús es maestro, hermano y amigo. Es quien nos ha mostrado el corazón
misericordioso de Dios.
Reflexionemos; ¿Dedico un tiempo a estar a solas con Jesús?
¿Lo considero mi amigo? ¿Puedo reconocerlo presente en lo que vivo
cotidianamente?
El tercer momento clave en este tiempo de cuaresma es
reconciliarnos con nuestra propia condición de creatura. No somos dioses ni
podemos lograr siempre todo lo que nos proponemos. El mayor logro en nuestra
vida es reconocer nuestra propia verdad que no nos limita, sino que por el
contrario nos plenifica. Reconocernos limitados no nos vuelve imperfectos sino
dependientes del amor de Aquel que nos ha prometido estar con nosotros siempre.
Señala Mateo que cuando oyeron la voz que decía «Éste es mi
hijo muy querido, en quién tengo puesta mi predilección» los discípulos cayeron
con el rostro en tierra llenos de temor.
Cuando Jesús nos ilumina con su gracia, cuando se
transfigura y su luz ilumina toda nuestra existencia, nos damos cuenta que
somos hombres necesitados, frágiles, incoherentes, heridos. Caemos en la cuenta
que seguir a Jesús no es sólo cuestión de entusiasmo o esfuerzo sino que es la
gracia de Dios quien nos «pone con su hijo», -como diría San Ignacio- para estar
con Él.
Reflexionemos; ¿Recurro a Dios sólo cuando ya no tengo
fuerzas para luchar? ¿Lo considero como una “amuleto de la suerte” para
conseguir lo que quiero? ¿Vivo mi fe con confianza en la presencia constante de
Jesús o sólo cuando lo necesito?
La cuaresma es un tiempo especial para estar a solas con Jesús.
Es un ascenso hacia el corazón de Dios para comprender lo “misterioso que es su
amor”. Es el momento que dedicamos los cristianos a preparar el corazón para
acompañar a Jesús en su camino de la cruz.
Pidamos a Dios que este tiempo de cuaresma sea para nosotros
un momento para crecer en el conocimiento de su amor.
P. Javier Rojas sj
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