La vigilancia nace de una promesa



« 37 Porque como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del Hombre.  38 Pues como en aquellos días antes del diluvio estaban comiendo y bebiendo, casándose y dándose en casamiento hasta el día en que Noé entró en el arca,  39 y no se dieron cuenta hasta que vino el diluvio y se los llevó a todos, así será también la venida del Hijo del Hombre.  40 En aquel entonces estarán dos en el campo; el uno será tomado, y el otro será dejado.  41 Dos mujeres estarán moliendo en un molino; la una será tomada, y la otra dejada.  42 Velad, pues, porque no sabéis en qué día viene vuestro Señor.  43 Pero sabed esto: Si el dueño de casa hubiera sabido a qué hora habría de venir el ladrón, habría velado y no habría dejado que forzaran la entrada a su casa.  44 Por tanto, estad preparados también vosotros, porque a la hora que no pensáis, vendrá el Hijo del Hombre.»


                    Mt 24, 37-44

En el famoso libro de Saint-Exupéry, “El principito”, encontramos una clave de lectura para comprender la invitación que nos hace el evangelio que acabamos de oír. En el maravilloso diálogo que establecen el Zorro y el Principito encontramos un párrafo que dice así:

«-Hubiera sido mejor -dijo el zorro- que vinieras a la misma hora. Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde; desde las tres comenzaré a estar feliz. Y a medida que la hora avance, me iré sintiendo cada vez más feliz. A las cuatro, ya estaré inquieto y preocupado; ¡y así, cuando llegues, descubriré el precio de la felicidad!  Pero si llegas en cualquier momento, nunca sabré a qué hora preparar mi corazón... Los ritos son necesarios.»

El llamado a la vigilancia que hace el evangelio está inundado de esperanza y no de temor. Hay que entender bien que la invitación a velar que nos hace el evangelio se desprende de la promesa y no de la paranoia o el miedo. La vigilancia cristiana recibe su fuerza de la esperanza de una promesa.
En ocasiones, confundimos la esperanza con la «suerte». En el adviento la esperanza de la que nos habla el evangelio lleva un nombre; Jesús. Y cuando tenemos esperanza verdadera nos encontramos motivados mientras aguardamos la llegada de Aquel que viene.
La diferencia entre esperar a Jesús y esperar «algo», es sustancial. Cuando esperamos a Jesús, nos interesa que Él venga, que llegue y que se quede con nosotros para compartir la vida con él. Mientras que cuando esperamos tener suerte, nos interesa que algo suceda independientemente de que ello construya una relación personal con alguien. La suerte en este sentido es bastante individualista porque sólo piensa en el propio provecho. La esperanza, por el contrario, pone la atención y el corazón en una relación. La suerte se contenta con poseer algo, mientras que la esperanza se alegra de estar con Alguien.  
Pero también podemos confundir a la esperanza con la «ilusión».  La ilusión es un disfraz de la esperanza. La podemos reconocer por la angustia que despierta, y por la desazón con que invade el corazón. La ilusión cuando no alcanza lo que pretende se convierte en lamento, y el lamento engendra el reclamo.
Por el contrario, la esperanza del evangelio no se ilusiona convirtiendo en «posibilidad» lo que alguna vez soñó que podría suceder. Porque eso es la ilusión, la posibilidad de algo alguna vez soñado. Es por eso que cuando estamos des-ilusionados lloramos los sueños rotos, porque ese era su fundamento. Sin embargo, la esperanza cristiana se funda en la promesa que nos hizo Dios de que su Hijo vendrá y se quedará con nosotros. Nuestro corazón se «inquieta y preocupa» como la del zorro, porque se acerca el momento del encuentro con Aquel que ha anunciado su llegada.
Creo que en nuestra vida confundimos muy a menudo la esperanza con la «suerte» o la «ilusión». Decimos que esperamos que ciertas cosas sucedan para vivir mejor, cuando en realidad lo que deseamos es tener «suerte».  Esperamos que los demás se comporten como deseamos, cuando en realidad estamos «ilusionados» con que cumplan nuestras expectativas. Esperamos que el esposo o esposa termine por acomodarse a la propia exigencia, cuando en realidad lo que anhelamos es controlar la vida de los demás. Esperamos que nuestro gobierno termine con la corrupción para vivir nosotros honestamente, pero en realidad es una excusa para no dejar atrás viejos vicios.
En fin, esperanza es lo que cultivaba el zorro. El esperaba encontrarse con Alguien, y mientras lo hacía quería preparase para ese encuentro. Lo fundamental de la esperanza evangélica es la de ocuparse de tener un sitio siempre dispuesto para recibir a Dios.
Si deseas tener esperanza ocúpate por disponer el corazón para recibir a Jesús. Que su venida no te sorprenda «como el ladrón en tu casa». Prepárate para recibir al Hijo de Dios, y, ¿cómo puedes hacerlo?
Por ejemplo, no esperes “pasivamente” que las cosas sucedan para empezar a amar, ama primero creativamente y así las cosas sucederán. Pon todo de tu parte como si de ti dependiera sabiendo que todo viene de Dios.
Estoy convencido de que lo que muchas personas llaman depresión, no es sino des-ilusión. Sí, hay más desilusión en la vida del hombre actual que depresión. Esperan pasivamente fantaseando, imaginando y soñando despiertos. Ponen tal cantidad de expectativas en aquello que creen que es la panacea de la felicidad –sin aportar creativamente de su parte-, que terminan viviendo como Alicia en el país de las maravillas: En un mundo de fantasía.
La desilusión es consecuencia de una espera que es “tramposa” e irreal. Creo que tenemos derecho –por decirlo así-, de esperar muchas cosas, pero no de ilusionarnos indebidamente.
¿Qué esperas para esta navidad? ¿Qué esperas para ti? ¿Qué esperas de las personas que amas? ¿Qué pones de tu parte para que acontezca aquello que esperas?
 La esperanza y la vigilancia de la que nos habla el evangelio son activas. Ellas nos invitan a proponer, disponer, acondicionar, el corazón para el encuentro. ¡Que la navidad no te sorprenda con un corazón  distraído!



P. Javier  Rojas sj


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