«El Dios de los vivos»
« 27 Se acercaron algunos de los saduceos, que niegan que
haya resurrección, y le preguntaron 28
diciendo: --Maestro, Moisés nos escribió: Si el hermano de alguno muere dejando
mujer, y él no deja hijos, su hermano tome la mujer y levante descendencia a su
hermano. 29 Había, pues, siete hermanos.
El primero tomó mujer, y murió sin dejar hijos.
30 También el segundo. 31 Y la
tomó el tercero, y de la misma manera también todos los siete, y murieron sin
tener hijos. 32 Por último, murió
también la mujer. 33 En la resurrección,
puesto que los siete la tuvieron por mujer, ¿de cuál de ellos será mujer? 34 Entonces respondiendo Jesús les dijo:
--Los hijos de este mundo se casan y se dan en casamiento. 35 Pero los que son tenidos por dignos de
alcanzar aquel mundo venidero y la resurrección de los muertos no se casan, ni
se dan en casamiento. 36 Porque ya no
pueden morir, pues son como los ángeles, y son también hijos de Dios, siendo
hijos de la resurrección. 37 Y con
respecto a que los muertos han de resucitar, también Moisés lo mostró en el
relato de la zarza, cuando llama al Señor, Dios de Abraham, Dios de Isaac y
Dios de Jacob. 38 Pues Dios no es Dios
de muertos, sino de vivos; porque para él todos viven.»
Lc 20, 27-38
¿Cómo entendemos los cristianos la resurrección? ¿Qué imagen
nos hacemos de ella? ¿Sigue siendo la resurrección el núcleo esencial de
nuestra fe?
San Pablo dice que sin la certeza de la resurrección nuestra
fe sería vana (1Cor 15, 10) y creo que en gran parte es la falta de fe en la
resurrección lo que ha convertido en ocasiones nuestra religión y nuestras
iglesias en un museo de antigüedades. Frío, y pálido.
La resurrección nos convierte en verdaderos discípulos de
Jesucristo. Esto es tan decisivo para nosotros que divide las aguas entre los
que creemos en la vida nueva que nos ha dado Jesús y aquellos que aún no lo experimentan ni lo
creen.
Mientras no dejemos de pensar que la resurrección es algo
que viviremos del otro lado de la muerte, no habremos aprendido a vivir como
hijos de la resurrección… Hay gente resucitada por todos lados. Tal vez lo que
hace falta es tener ojos resucitados para poder reconocerlos. ¿Podemos decir
que somos todos nosotros personas resucitadas?
¡Y qué es la resurrección sino «vivir» más y con mayor
conciencia la vida que tenemos! La resurrección es un don que Dios da a todo
aquel que la pide, con el firme convencimiento de seguir adelante en la lucha
de cada día por amar más y servir mejor. El don de la resurrección no puede
quedar encerrado entre las paredes del egoísmo personal, sino necesita abrirse a los demás y transmitir esa
vida nueva que hemos recibido.
La resurrección es, realmente, como dice Bessiere, «un fuego
que corre por la sangre de nuestra humanidad. Un fuego que nada ni nadie puede
apagar». Resurrección es vida nueva o, si se quiere, un nuevo modo de vivir.
Cuando los discípulos se encontraron con Jesús resucitado,
sus vidas cambiaron para siempre, y a partir de allí llevaron en el alma el
sello de la resurrección sin haber conocido aún la muerte.
Sólo nuestra propia mediocridad y aburrimiento pueden ahogar
la vida nueva que corre por las venas… Y puede convertir nuestra fe, en un
cúmulo de leyes y preceptos que no dan vida a nadie.
Los hombres y las mujeres resucitados son aquellos en
quienes se percibe un «plus» de vida que es perceptible en sus ojos brillantes,
en su sonrisa contagiosa y en sus manos siempre extendidas.
Son personas que saben que pueden reverdecer cada mañana
esas ilusiones y esperanzas que le fueron podadas por la noche. Son personas
que se levantan cada día convencidas de que lo hacen para vivir y no para
vegetar. Son personas que se miran al espejo y se regalan una sonrisa de
aceptación y reconciliación, renovando su espíritu para comenzar cada mañana
con nuevas fuerzas.
Si hay algo que realmente da cuenta de la resurrección es la
sonrisa. Si nos convenciéramos de lo hermoso que hace a una persona sonreír,
nos preocuparíamos de que no se borrara nunca de nuestro rostro.
Con tu sonrisa regalas resurrección e iluminas las vidas
tristes y apagadas de quienes aún no han conocido a Jesucristo. Ahora
pregúntate ¿A quién vas a sonreír? ¿A quién vas a regalar resurrección? No
dejes que nada ni nadie te quite la expresión de resurrección de tu vida.
Dediquémonos a repartir resurrección y a hacer del lugar que
vivimos un verdadero Tiberíades, un lugar de encuentro profundo con la vida.
Si te animas a sonreír, a expresar resurrección verás como
todo en ti rejuvenece. Basta con que te zambullas en el río de la propia vida
resucitada para salir de él chorreando amor a los demás.
La resurrección la vivimos de alguna manera en esta vida y
en la futura la gozaremos eternamente. Vive la resurrección, contagia
resurrección y dale a esta vida que tienes la oportunidad de resplandecer.
Que el Dios de los vivos, nos conceda la gracia de no
envejecer antes de tiempo y de que sepamos abrirnos con generosidad a la vida
que él nos quiere regalar.
P. Javier Rojas sj
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