«En qué consiste la vida?»
« Le dijo uno de la
multitud: --Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia. Y él
le dijo: --Hombre, ¿quién me ha puesto como juez o repartidor sobre
vosotros? Y les dijo: --Mirad, guardaos de toda codicia,
porque la vida de uno no consiste en la abundancia de los bienes que
posee. Entonces les refirió una parábola, diciendo:
--Las tierras de un hombre rico habían producido mucho. Y él razonaba dentro de sí, diciendo:
"¿Qué haré? Porque ya no tengo dónde juntar mis productos." Entonces dijo: "¡Esto haré! Derribaré mis
graneros y edificaré otros más grandes. Allí juntaré todo mi grano y mis
bienes, y diré a mi alma: Alma, muchos bienes tienes
almacenados para muchos años. Descansa, come, bebe, alégrate." Pero
Dios le dijo: "¡Necio! Esta noche vienen a pedir tu alma; y lo que has provisto,
¿para quién será?" Así es el que
hace tesoro para sí y no es rico para con Dios. »
Lc 12, 13-21
No debe sorprendernos de que por momentos nos descubramos un
poco más materialistas que de costumbre. Hay etapas de nuestra vida en la que
estamos más atentos a la moda, a lo que tienen los demás, o simplemente
imaginamos “lo bien que estaríamos” si pudiéramos tener un poco más de lo que
ya poseemos. Es verdad que siempre podemos estar un poco mejor. Pero el caso es
que un pensamiento de este tipo no conoce de límites. La avaricia es ciega. Y
si bien conoce la magnitud de sus bienes… todo lo que tiene siempre le parece
poco.
El materialismo, que es otra manera de nombrar a la
avaricia, parece tener un proceso más o menos cíclico en nosotros. Hay momentos
en que estamos más pendientes, que otras veces de las cosas materiales.
No deberíamos confundir al materialismo o a la avaricia con la
satisfacción genuina de las necesidades
que podríamos llamar “auténticas” o legítimas. ¿Cuáles son ellas y cómo
diferenciarlas de las que no lo son?
Cuando una necesidad auténtica o legítima es satisfecha
percibimos cierta plenitud en el alma. Una cierta satisfacción y agradecimiento.
Pero cuando estamos infectados de la avaricia o el materialismo, inmediatamente
después de satisfacer una necesidad, aparece otra con idéntica exigencia de
satisfacción…. Casi no existe tiempo entre la satisfacción de una necesidad, el
gozo o el placer que ello genera y la aparición de una nueva. El avaro está
enfermo de insatisfacción.
Existe también otra manera de identificar si una necesidad
es auténtica o legítima, o si por el contrario, nos encontramos infectados con
la ponzoña de la avaricia. Al avaro le gusta presumir de lo que tiene. Es
relativamente fácil darse cuenta de quien anda infectado de avaricia. A éste le
gusta definirse por lo que tiene o posee. Le encanta diferenciarse de los demás
y recibir un trato particular conforme a lo abultado de sus bolsillos, a la cantidad de ceros de su caja de ahorro,
o a las relaciones que posee. El avaro se pavonea de lo que tiene…Y como
verdadero pavo, en cuanto te acercas a él, canta todo lo que posee, y exige ser
tratado conforme a lo que atesora y a los logros de los que presume.
Ahora bien, los avaros, ¿son aquellos que acumulan bienes y
riquezas materiales solamente? No. Por eso decimos que el materialismo es otra
manera de llamar a la avaricia. El materialismo es un desorden por los bienes
materiales que conduce a la persona a desear acumular todo lo que puede. El
materialista posee una incapacidad de saborear o de gozar de sus logros. Vive
temeroso de que “se le escape” lo que atesora. De que se vacíen sus alforjas...
La avaricia, por el contrario, es una
enfermedad del alma que se manifiesta por la posesión de bienes materiales,
pero que es apreciable también en el deseo de adquirir “bienes espirituales”
con el solo objetivo de que le otorguen prestigio ante los demás. El avaro
“espiritual” va por la vida buscando ser considerado como un santo!!!
Entonces, el hombre o la mujer materialistas viven el espíritu del mundo que busca poseer
todo cuanto puede. Teme perder lo que tiene y le gusta ser tratado conforme a
sus riquezas. Pero el avaro espiritual, no actúa de modo muy distinto... Es
verdad de que su ansia por poseer cosas materiales puede ser menor, pero de
igual modo exige ser tratado conforme a sus “bienes espirituales”. El avaro puede ser austero externamente (aunque
es extraño), pero exige ser considerado como alguien “especial” conforme a la
riqueza espiritual que cree llevar dentro.
La avaricia o el materialismo, ya sea nivel material o
espiritual, se podrían definir como la
atadura a ser considerado especial conforme a lo que poseemos.
El avaro es un hombre miserable disfrazado de riquezas. Un
rico-pobre. Es una persona que porque se percibe frágil, necesita recurrir al
poder que le otorgan sus bienes. Tiene de sí mismo una imagen desdeñada que lo
lleva a ocultar su fealdad detrás de sus conquistas.
Tanto uno como otro sufren de una imagen pobremente
distorsionada de sí mismos. Se sienten menos y por ello recurren a cosas
externas, a trofeos para compensar el poco amor a sí mismos.
Por el contrario, la plenitud que da el Espíritu de Dios
nada tiene que ver con ocultarse detrás de los bienes. El hombre o la mujer que
vive en el Espíritu de Dios, se saben a sí mismos queridos y amados. No buscan
ser reconocidos por otros para aumentar su estima. Se reconocen valiosos ante los ojos de Dios y está dispuesta a amar
y servir a los demás. El hombre o la mujer de Dios, salen al encuentro del otro,
descentrándose de sí mismos, porque se saben plenos y satisfechos.
Al materialista o avaro le gusta acumular y ensanchar sus
“graneros” para ser admirados por todos, mientras que al hombre y a la mujer
que se saben amados por Dios les urge “achicar” espacios, fronteras, límites
para estar cerca del prójimo.
P. Javier Rojas sj
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