Querido Dios:
Te escribo desde este punto de la galaxia que llamamos
Tierra y en un momento de la Historia en que el planeta para muchos parece
girar sin sentido desde un sistema que llaman globalización y que abre cada día
más la brecha entre los ricos y los pobres Con guerras que, como siempre,
derrochan en armas lo que bastaría para dar de comer a cientos de miles de
personas que exterminan a los más débiles. Con triste explotación de mujeres y
niños, deterioro del medio ambiente, lacras producidas por el consumo, la drogadicción,
el comercio sexual…, en fin qué te voy a contar que tú no sepas.
En este mundo somos
1.196 millones de bautizados católicos, el 17,5% de la población
mundial. No vamos a creernos que somos tus hijos únicos, ni siquiera
predilectos, pues todos «en ti vivimos, existimos y somos», como decía el
apóstol Pablo, y tú llueves sobre santos y pecadores. Pero creemos que por amor
a todos los hombres tu Hijo se hizo carne y asumió nuestra historia, creó una
asamblea (Ecclesia) o comunidad de creyentes y puso a su frente a un pescador
llamado Pedro, un hombre amigo tuyo con gran voluntad aunque lleno de defectos.
A través de los siglos ha estado al timón de la barca por
medio de sus sucesores, entre los que ha habido santos y pecadores, sabios e
ignorantes, poderosos y débiles. Pero de un modo u otro tu Iglesia ha ido hacia
adelante en la historia; y en el últimos
siglos, la verdad es que los papas se han distinguido por ser hombres de Dios y
referentes éticos para el mundo.
El último de ellos, anciano y agotado, en un gesto de gran
libertad de conciencia, ha decidido renunciar ante una responsabilidad que le
superaba. No voy a contarte lo que ha sufrido con la lacra de la pederastia, la
filtración de documentos, las divisiones en el Vaticano y las tensiones de un
mundo materializado que parece dar la espalda a la Buena Noticia de tu Hijo.
El hecho es que los cardenales están reunidos en Roma para
elegir un nuevo Papa. Resulta divertido que una sociedad a la que parece
importar un bledo la vida cotidiana de la Iglesia, cientos de misioneros que
trabajan en países en vías de desarrollo, curas y monjas que atienden a niños y
ancianos desvalidos, escuelas,
hospitales, etc… se vuelque con sus medios de información en los
cotilleos del cónclave y las quinielas de papables. En fin, somos así, cada vez
más ‘revistas del corazón’ o programas de fugaces estrellas de la tele.
Yo, Señor, quisiera hacer un poco de silencio en medio de
este barullo, cerrar los ojos y sentirte dentro, en ese rincón en el que
habitas en lo profundo de mi ser y pedirte que nos des un buen timonel para la
barca de Pedro.
Un hombre con sabor a ti, sabor a Evangelio a
desprendimiento, pobreza y apertura. Un hombre que traiga esperanza y libertad
a la Iglesia y al mundo, sobre todo por su ejemplo; que consiga acabar con las
divisiones y corruptelas no sólo en el interior del Vaticano sino en toda la
Iglesia. Cuando leo algunas webs de católicos, me echo a temblar: no parecen
pertenecer a un mismo rebaño, sino a manadas de cabras montesas que se embisten
a muerte por absurdas ideas preconcebidas, que
quieren convertir a la Iglesia en trincheras de ideologías preconcebidas
en vez de un campo verde, que como decía san Ignacio, es un lugar amable y
gracioso.
Queremos un papa que sea de todos, donde entremos todas las
siglas y familias religiosas, pero que no sea una estatua de sal anclada en la
cultura del pasado, sino que dialogue con la cultura, con los científicos, los
intelectuales, los poetas. Que no conciba la Iglesia como castillo sino como
plaza de pueblo. Que no se encierre en el Vaticano sino que baje a la calle.
Que no sólo nos hable y nos guíe, sino que escuche; que llore con los que
lloran y ría con los que ríen. Que todos lo reconozcamos como uno de los nuestros
y sepa ayudarnos a despertar y encontrar a Dios no como una póliza de
seguridad, sino como una luz que da sentido y se reparte. Pero sobre todo que
dé esperanza y optimismo, o lo que es lo mismo, que crea de veras en Ti.
No me importa que sea guapo o dé bien en los medios, que sea
de izquierdas o de derechas, que sea italiano, americano o europeo, aunque
dicen que ha llegado la hora de un papa del Tercer Mundo. Lo que realmente nos
importa es que sea un papa que te lleve dentro hasta el punto de que no se
sienta el patrón de una propiedad o el director de un fábrica, sino el pastor
amigo, el padre cercano, el hermano en cuyo hombro este mundo nuestro pueda
descansar. Que pueda repetir ante un mundo en crisis aquella frase de tu Hijo:
«Venid a mí, los que estáis cansados y agobiados que yo os aliviaré, porque soy
manso y humilde de corazón».
No quiero acabar esta carta sin pedirte que no te olvides de
tu hijo Joseph, el papa que ha renunciado.
A él le debamos muchas cosas, sobre todo la valentía de abrazarse con el
vacío para abrir la puerta a otro. Dale tu consuelo y alegría en la profunda
soledad que ha sabido elegir. Y cuida de este herido mundo nuestro
del siglo XXI, oh Dios, que está más que nunca como ‘un rebaño sin
pastor’. Te busca cada día y te quiere, tu hijo.
Pedro Miguel Lamet, sj
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