Érase una vez un rey que tenía tres hijos. Poseía,
además, muchas riquezas. Pero sobre todo un brillante de valor extraordinario,
admirado en el mundo entero. Se iba haciendo anciano y se preguntaba así mismo
para cuál de los tres hijos sería aquel brillante al repartir la herencia? Tuvo
una idea: Sería para el que realizase la mayor hazaña en un día señalado...
Al llegar la noche del día siguiente, cada uno relató al
rey su aventura vivida. El mayor había dado muerte al terrible dragón rojo que
sembraba el pánico por todo el reino.
El segundo, con una pequeña daga, había vencido a diez
hombres bien armados.
El tercero dijo:
- Salí esta mañana y encontré a mi mayor enemigo
durmiendo al borde de un acantilado... Luché conmigo mismo y mis ganas de
despeñarlo... y al final le dejé seguir durmiendo.
Entonces el rey se levantó del trono, abrazó a su hijo
menor y le entregó el brillante.
Tony de Mello
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