En ocasiones exigimos tanto a los demás que les imponemos cargas imposibles de sobrellevar. Pero lo peor es que esas exigencias ni siquiera es para su bien. Lo hacemos por capricho, avaricia o ambición. El "pequeño déspota" dentro de nosotros no sabe reconocer en el otro la imagen de Dios. Exigimos, exigimos y exigimos.. que cambien los otros, pero nosotros no movemos un dedo para cambiar nosotros. 

P. Javier Rojas, sj

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