Las personas que sufren esos
desastres y males podrían preguntarse qué significa ser amigos de Dios si no nos
salva de esos horrores. ¿Cómo podemos llegar a un entendimiento con el mal en
un mundo creado por un Dios compasivo que busca nuestra amistad?
Dios no puede forzar a los seres humanos para
que vivan a imagen suya. Tenemos libertad y podemos rechazar una vida conforme
a los más altos ideales y esperanzas de Dios.
Nuestra negativa a prestar
atención a los movimientos de nuestro corazón inspirados por Dios nos permite
hacer mal a los otros.
Todos nosotros, si somos sinceros
sabemos que hemos hecho o dicho cosas que han herido a otros, aun cuando antes
de llevarlas a cabo no nos hayan faltado escrúpulos.
Sabemos lo que significa no
prestar atención a la Presencia.
Cuando leo los
periódicos o veo las noticias, con frecuencia hago esta oración: «Si no fuera por la gracia de
Dios, ahí estaría yo». Todos somos capaces de pecar.
El sueño de Dios de un mundo en
el que nadie hará daño; «nadie hará mal en todo mi santo Monte» (Is 11,9), no
será posible sin la cooperación de todos nosotros; y ninguno de nosotros
llegará a realizar del todo las esperanzas y deseos de Dios. Al crear a los
seres humanos dotados de libertad, y al llamarlos a su amistad, Dios se hace
vulnerable a nuestras debilidades y temores.
Entonces, ¿por qué no elimina Dios a los malos? La respuesta de Jesús
a esta pregunta la encontramos en la parábola de la cizaña crecida con el
trigo.
No
sé que pensaréis vosotros; por mi parte, esta parábola me hace suspirar de
alivio, porque frecuentemente yo he sido cizaña en medio del trigo. También es
verdad que, considerando que el universo entero está interconectado, la destrucción
de cualquier cosa podría llevar a la aniquilación
de
todo. De nuevo, me siento aliviado al pensar que Dios no haya abandonado a
nuestro mundo a pesar de la cizaña que todos nosotros hemos sembrado. ¿Qué
piensas? (William A. Barry, SJ - Una amistad como ninguna.)
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