La vida del profeta
« Él se marchó de allí y
llegó a su pueblo; y sus discípulos le siguieron. 2 Cuando llegó el día de reposo
comenzó a enseñar en la sinagoga; y muchos que le escuchaban se
asombraban, diciendo: ¿Dónde obtuvo éste tales cosas, y cuál es esta sabiduría
que le ha sido dada, y estos milagros que hace con sus manos? 3 ¿No es éste el carpintero, el
hijo de María, y hermano de Jacobo, José, Judas y Simón? ¿No están sus hermanas
aquí con nosotros? Y se escandalizaban a causa de Él. 4 Y Jesús les dijo: No hay profeta
sin honra sino en su propia tierra, y entre sus parientes, y en su casa. 5 Y no pudo hacer allí ningún
milagro; sólo sanó a unos pocos enfermos sobre los cuales puso sus manos. 6 Y estaba maravillado de la
incredulidad de ellos».
Mc 6, 1-6
El profeta no es un
adivino. No es la persona a la que se le pide que “nos diga que sucederá”. No
es el mago que consulta la bola mágica para revelarnos lo que pasará. No, nada
de eso. El profeta es el hombre que descubre en las cosas que acontece la
presencia de Dios y lo pone de manifiesto. No inventa nada. Hace evidente la
acción de Dios salvador en medio de su pueblo. Es el portador de una palabra
que no es suya sino de Dios. No habla por sí mismo, sino en nombre de Dios. Es
palabra de Dios en palabra humana.
Las personas que nutren su
vida de la espiritualidad ignaciana habrán escuchado hablar de “ser
contemplativos en la acción” o de “ver a Dios en todas las cosas”. Pues bien,
el profeta es el hombre que tiene los sentidos abiertos y dispuestos a
encontrar la presencia de Dios obrando en el seno del mundo. Y no sólo ve la
acción de Dios en lo bueno, sino también en aquello que produce dolor y
rechazo. En todo lo que vive el hombre es posible descubrir la acción de Dios.
En el antiguo testamento,
los profetas eran hombres elegidos por Dios para anunciar la acción salvífica
de Dios. Para ayudar al pueblo elegido a discernir el camino a seguir. Pero
eran también quienes “denunciaban” las injusticias cometidas, sobre todo
aquellas que se escondían bajo del cumplimiento de la ley. Los profetas
denunciaron que un hombre de fe, puede cumplir fielmente la ley y a la vez ser
injusto. Quien aplica la ley de Dios para condenar y no salvar contradice la
misma ley de Dios, que es compasión y misericordia.
¡Quién desnuda a la ley
del Espíritu de amor que la sustenta, la convierte en un arma que destruye la
misma obra de Dios. Cuando vaciamos la ley de Dios, del Espíritu de compasión desgajamos
el alma del hombre. Convertimos a Dios en un verdugo y no en el Padre
misericordioso que nos anunció Jesús en el evangelio.
Del evangelio de hoy se
desprenden varios cuestionamientos; ¿Hay profetas hoy? ¿Podemos convertirnos en
profetas? ¿Es verdad que seremos rechazados por todos si nos convertimos en
profetas? ¿Necesitamos de profetas en el mundo que vivimos?
Todos somos profetas por
el bautismo. Todos estamos llamados a encontrar a Dios obrando su salvación en
medio del mundo que vivimos. Todos somos invitados a vivir con fidelidad el
evangelio del amor y la caridad, y a denunciar cuando en “nombre” de Dios se
cometen injusticias y atrocidades contra la obra de Dios.
Pero, si todos somos
profetas por el bautismo ¿por qué hay tan pocas personas que nos enseñen a
encontrar a Dios en medio del mundo que vivimos? ¿Por qué hay tanta gente que
anuncia y denuncia el mal, pero nadie ve el bien? ¿Por qué en ocasiones las “personas
de iglesias” parecen interpretar la ley a su favor y no a favor de todos?.
Estoy cada vez más convencido
que al cristiano de hoy no le falta coraje, fuerza o ánimo para vivir su fe,
sino que le falta convicción. Profesa
muchas cosas, pero vive la mitad. Es capaz de defender a “capa y espada” todo
lo que anuncia la Iglesia, pero no vive ni la mitad de todo ello. Pone pasión
por “defender” a la Iglesia, (como si Dios no fuera suficiente) y critica
duramente a quienes la atacan, pero le falta corazón para comprender la
debilidad y fragilidad de su hermano.
Falta convicción. Falta esa fe que permite ver a Dios marchando
delante de su pueblo y llevando la historia del hombre hacia la salvación.
Falta esa convicción, que ofrece la
certeza de que aún en medio de un campo lleno de trigo y cizaña, crece el Reino
de Dios. Falta esa convicción que
permite interpretar la ley a favor del hombre y no en su contra. Falta esa convicción que ofrece al hombre de fe
los ojos para ver a Dios obrando en el silencio. Falta esa convicción de que Dios quiere misericordia y no sacrificios. Falta
esa convicción que permite armonizar
los contenidos de fe que profesa con la vida cotidiana que lleva. Falta esa convicción, para vivir la santidad como
el amor desinteresado por los demás en lugar de convertirse en una carrera por ser
más “virtuoso”. Falta esa convicción que
ofrece la libertad de corazón para discernir si las actitudes propias dividen o
unen una comunidad.
A los creyentes nos falta convicción para vivir nuestra fe. Nos
cuesta creer en Dios y en inmensidad gratuita de su amor. Se nos hace muy
difícil creer que en las pruebas nos sostiene y que en las caídas nos tiene las
manos nuevamente. Y por supuesto, que nuestros pecados por muy horrendos que
sean, puedan ser verdaderamente perdonados.
El profeta que necesitamos
hoy, eres tú mismo. Tú eres el hombre y la
mujer de Dios que necesitamos que nos ayude a encontrar a Dios en todas las
cosas. Pero sobre todo, necesitamos ver a Dios en tu vida, en tus palabras, en
tus obras. Tú eres el hombre y la mujer que Dios ha elegido para hacer evidente
su amor entre nosotros. Tú eres el profeta de la unidad y la armonía que
necesita tu comunidad. Tú eres el profeta de la reconciliación que muchos
necesitan para volver a unir sus voluntades. Tú eres el profeta que la Iglesia
necesita para hacer cada vez más evidente al amor a los más pobres. Tú eres el
profeta que necesita la Iglesia para recordarle que no ponga su seguridad en el
poder, sino en la fuerza de su amor. Tú eres ese profeta que aún no termina por
creer que Dios te haya dado una misión. Tú eres quién puede hacernos evidente
el amor y la misericordia que Dios quiere expresar a los demás. ¿Lo crees? Te
has puesto a pensar ¿Cuál es tu misión como profeta? ¿Crees que Dios te eligió,
desde el bautismo, para ser profeta…? Si te falta convicción para creer en ello…
entenderás esta reflexión….
Pidamos a Dios la gracia
de disponernos a asumir nuestra vacación de bautizados. Pidamos la fuerza, y
sobre todo un corazón grande para acoger la invitación de Dios. “Señor, que no
sea sordo a tu llamado”.
P. Javier Rojas sj
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