Hank y Jake son dos
montañeros apasionados por la escalada; los dos son igual de buenos, pero
tienen actitudes muy distintas con respecto a dicha escalada. Hank se centra
por completo en la meta. Lo único que le importa es alcanzar la cima de la
montaña lo antes posible. En cada paso que da, lo único que le importa es
alcanzar la cumbre.
Está tan concentrado en subir
a la cima que difícilmente tolera tener que efectuar una parada para descansar.
Y cuando se obliga a sí mismo a tomarse un descanso, no puede dejar de pensar
en el tic-tac del reloj y en lo mucho que le falta todavía. Mientras escala,
apenas experimenta alegría o satisfacción; siempre está presionándose a sí
mismo para llegar a la cima y diciéndose continuamente que aún no ha llegado.
Cuando, por fin, alcanza la
cumbre, se siente encantado: lo ha logrado. ¡Huau! Un instante de gloria. Solo
durante un breve instante, mientras contempla el panorama, la presión desaparece.
Pero la satisfacción no le dura mucho. En el momento en que empieza el
descenso, de nuevo es la meta lo que está por encima de todo lo demás: lo único
que importa es llegar lo antes posible.
En cambio, la manera de
escalar de Jake está centrada en los valores. El tiene el mismo objetivo que
Hank: alcanzar la cima en poco tiempo. Sin embargo, él está mucho más en contacto
con los valores que se encuentran por debajo de esta meta: desarrollar sus
habilidades, apreciar la naturaleza, actuar con valor, plantearse un reto,
ejercitar su cuerpo, explorar y aventurarse. Mientras escala, va saboreando
cada momento del ascenso. El no está pensando continuamente en la cima ni se
deja presionar por el deseo de llegar; él vive el presente, implicándose
plenamente en lo que está haciendo. Con independencia del punto de la montaña
en que se encuentre -la base, la parte central o la cima-, está actuando de
acuerdo con sus valores. Cuando efectúa la primera parada, contempla el paisaje
y observa lo lejos que ha llegado. Cuando alcanza la cima, se llena de júbilo:
la vista es impresionante. Y tanto en el ascenso como en el descenso, él
saborea cada momento del viaje.
Ahora, imagina que el tiempo
empeora y que no pueden alcanzar la cima de la montaña, por lo que se ven
obligados a regresar. Ambos escaladores están decepcionados: no han conseguido
alcanzar su objetivo. Pero Jake se las arregla mucho mejor que Hank. ¿Por qué?
Porque Jake ha descubierto que la escalada es placentera en sí misma; él ha
conseguido desarrollar y aplicar sus habilidades, explorar y aventurarse, ponerse
a prueba a sí mismo y apreciar la naturaleza. Por eso, aun cuando las cosas no
salgan como él desea, Jake lo considera un resultado de éxito y satisfactorio.
Hank, por el contrario, se reconcome de insatisfacción y lo considera un
fracaso.
¿Por qué? Porque no ha
alcanzado su objetivo. Lo único en lo que puede pensar es cuándo podrá volver a
intentarlo de nuevo.
Esa es la diferencia entre
una vida centrada en valores y una vida centrada en objetivos. Jake consigue
alcanzar sus objetivos y valorar cada paso del camino. Y aun cuando no alcance su
meta, aún puede sentir una enorme satisfacción en el hecho de vivir de acuerdo
con sus valores.
En cambio, Hank vive en un
estado de presión autoimpuesta y de frustración crónica. Todo está en función
de sus objetivos, y no encuentra satisfacción a menos que los satisfaga.
Pero, aunque consiga sus
objetivos, tan solo experimenta un breve momento de alegría, para
inmediatamente volver a sentir la presión y la posible frustración. Obviamente,
hay personas que se las arreglan para conseguir muchas cosas con este enfoque
extremo en objetivos; pero el coste suele ser muy alto en términos de estrés,
insatisfacción y, finalmente, «agotamiento» psíquico o trastornos emocionales.
Los valores son algo maravilloso. No sólo nos proporcionan la manera de
obtener un éxito inmediato, sino que además nos ayudan a vivir disfrutando el camino....
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