"Deja que pronuncie"


¿Por qué no soy feliz?

A menudo escucho decir ¿por qué no soy feliz si tengo todo para serlo?. Cada vez y con mayor frecuencia las personas se están animando o atreviendo a decir en voz alta y sin tapujos “No soy feliz”. Tengo todo, pero no soy feliz.
Lo  sorprendente de esto es que las personas que hoy se atreven a expresar su descontento con la vida que llevan, son las que hasta ayer vivían pensando “si yo pudiera tener, conseguir, lograr, alcanzar, llegar…”
Los que hoy se animan a confesar lo inútil que han sido sus esfuerzos por conseguir la felicidad corriendo detrás de todo aquello que le sugerían, son los que pueden reconocer que el tener no garantiza la plenitud del ser… 
Pero claro, como siempre hay algo nuevo por poseer se tarda en reconocer que la felicidad no está fuera de nosotros, en algo que se pueda poseer. Sino que está dentro de cada uno, en lo que somos. Pero, ¿quiénes somos?
El evangelio de Marcos en el que se relata el Bautismo de Jesús puede darnos una pista para responder a esta pregunta.

Se abrió el cielo

Desde muy pequeños aprendemos que una acción u omisión puede hacernos perder el amor y el aprecio de aquel o aquellos que consideramos son importantes para nosotros. A la vez,  vamos tomando conciencia de que una palabra puede dañar o destruir por completo un vínculo afectivo saludable y amoroso.
De la misma manera aprendemos también que cuando dañamos u ofendemos a alguien nos exponemos a que la parte ofendida tome represalia o venganza. De allí que los castigos a los niños sean una manera de “corregir” los malos comportamientos o acciones de éstos.
Juan el bautista acentuó mucho  el tema de la conversión ante la inminente venida del juicio divino y con ello el castigo a quienes habían incurrido en faltas.  Bajo la predicación de una ira divina a la que era mejor no despertar, muchos buscaban confesar sus pecados y pedían recibir el bautismo. Pero…acaso el miedo ¿hace sincera la conversión? Y otra pregunta aún más profunda es ¿Se puede amar bajo la amenaza de un castigo?
Paradójicamente cuando se abrieron los cielos en lugar de la ira de Dios se escuchó “Tu eres mi hijo amado”… Aquellas palabras seguramente habrán dejado helado al Bautista. ¿Había sido en vano su misión y predicación? No, porque sabía que detrás de él venia  «Uno que es más poderoso» y que tenía el poder de reconciliar en el amor…Con Jesucristo se inauguró un tiempo nuevo: el tiempo del amor.

Vivir desde la interioridad

Considero que en gran medida la falta de plenitud o de felicidad que el hombre y la mujer de hoy reclaman para sí se debe a que tienen el alma pesada. Cargan con demasiadas cosas y muchas de ellas inútiles y enfermizas. Y como no soportan el dolor que significa encontrarse con dicha  realidad  buscan compensar fuera lo que no pueden resolver dentro... Se aturden como los adolescentes de hoy que no saben responder a la pregunta ¿quién soy yo?. Se extravían como tantos jóvenes en cambiantes experiencias porque no se atreven a detenerse y profundizar…Tienen miedo a la propia interioridad. Los atemoriza encontrarse con ellos mismos.
También ocurre que hay los que se dedican a hablar de los demás y por los demás… En realidad no se atreven a admitir que sus vidas están vacías y en algunos casos siguen tan mediocres como siempre.
Si dejáramos de escapar de nosotros mismos qué distinta sería nuestra vida…Si dejáramos de buscar fuera lo que se halla dentro de nosotros qué distinta sería la historia… Si nos animáramos a escuchar más antes que hablar tanto, tal vez podríamos oír aquellas palabras que en Jesús, el Padre dirigió a toda la humanidad “Tú eres mi hijo amado”…
Necesitamos recuperar pues, la verdadera imagen de Dios. Dios es Padre. “Nuestro” Padre y no un verdugo. Nada de lo que hagas, hará que Él te ame menos. Nada.  La certeza de que somos amados, deseados, queridos, anhelados, esperados, por Ese Alguien, hace que dejemos de buscar la felicidad fuera…
La felicidad no viene por lo que conseguimos, sin por lo que recibimos y somos. Y en Jesucristo el “cielo se abrió” y descendió la  imagen paterna de un Dios que te dice “Tú eres mi hijo amado”. El Amor de Dios enriquece. Siempre.
Ya no cargues sobre ti, faltas, culpas, resentimientos y frustraciones. Deja que las palabras de Dios “Tu eres mi hijo amado” recorran todo tu ser. Recorran  toda tu historia. Déjate reconciliar con Él y por Él.
Así sea. 

P. Javier Rojas sj

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