"De la culpa al agradecimiento"
XXXIV - Tiempro Ordinario - Jesucristo Rey del Universo
Este evangelio Mt. 25, 31-46, ha despertado fascinación y contradicción a lo largo de la historia. En el discurso sobre el juicio final, se esboza paradójicamente, el sentido y alcance del amor cristiano. Un amor que llega a todo hombre independiente de su condición social, raza o religión.
Mateo de manera admirable resume todo el evangelio. Al final de la historia seremos juzgados en el amor y por el amor… La caridad y el reconocimiento de Cristo en el prójimo será el paradigma para examinar toda nuestra vida.
Durante mucho tiempo este texto también despertó temor y culpa. La imagen de un Dios juez ha atemorizado a los cristianos de tal manera que forjó en ellos una conciencia culpógena. El miedo al castigo eterno suscitó en muchos hombres y mujeres una fe voluntarista que les hacía creer que por sus buenas obras recibirían como premio una porción del Reino de los Cielos.
Nada más lejano al espíritu del evangelio está el concebir este pasaje como una instancia de amenaza de Dios. La intención del evangelista no está en “meter miedo” sino en suscitar el agradecimiento por el don de la vida eterna que hemos recibido.
El evangelio de Mateo no nos sugiere vivir con miedo o culpa, sino vivir desde el agradecimiento…
Si nos detenemos a leer cuidadosamente el evangelio nos encontraremos que el “Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo” es para aquellos que reconocieron a Cristo en el prójimo.
Es decir, para todos aquellos que viven agradecidos con Dios por el don de la vida y de la redención y lo han reconocido en el hermano.
Creo firmemente que viviríamos mejor el evangelio si pudiésemos comprender profundamente que todo lo hacemos por los demás, los sacrificios que realizamos, las renuncias que asumimos es respuesta al amor que hemos recibido de Dios. El amor de Dios no se compra, se recibe, se asimila y mientras lo vivimos lo comunicamos también a los demás. Esto es así, siempre.
La ayuda al prójimo no puede convertirse en una instancia para tranquilizar la conciencia ni para alimentar al narciso que vive en nosotros. No sirve la ayuda que se da para verme como mejor cristiano.
Jesús no ayudó a los pobres para tranquilizar su conciencia ni para demostrar a los demás su poder, sino que los ayudo porque se compadeció del hambre, de la sed, de la desnudez, y de la esclavitud en la que se encontraban.
Dios se ha compadecido de nosotros. Ha volcado sobre nosotros un amor tal que no renunció a entregar su vida para rescatar la nuestra.
Este texto del juicio no debe tomarse como una instancia en la que Dios pone en la balanza y pesa las obras que hemos realizado. No podemos seguir pensando que Dios nos llamará a su encuentro sólo para pedirnos un registro de nuestras buenas obras. ¡No podemos seguir viviendo con la culpa y el miedo a nuestras espaldas!
El discurso del juicio es exhortativo. Jesús quiere animarnos a vivir a partir de sabernos salvados. Quiere que asumamos el compromiso de vivir como hijos que han heredado el Reino.
Si pudiéramos sentir profundamente el agradecimiento viviríamos como hijos suyos que lo reconocen en los que necesitan.
Dios ha colmado nuestro hambre de amor y aceptación, sació la sed de esperanza y paz, nos vistió de dignidad y no nos abandonó en los momentos de dolor y soledad ¿No deberíamos estar agradecidos con Él por tanto bien recibido?
Creo que la imagen de un Dios que juzga en el amor y por el amor puede ayudarnos a limpiar la mala imagen que tenemos de Él. La imagen de un Dios que nos ama puede ayudarnos de una vez por todas a vivir como hermanos entre nosotros.
P. Javier Rojas sj
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