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En estos días donde tanta gente se confiesa, es verdaderamente un regalo ser puente entre Dios y los hermanos y testigo de las maravillas que obra el Señor. No hay terapia tan profunda como experimentar el a brazo de Dios que nos dice NO IMPORTA LO QUE HAGAS SOS MI HIJO HIJA AMADA. No dudo que todo el que haga la experiencia de acercarse a la confesión, sea o no sea creyente recibirá esa gracia, aunque mediada por alguien tan o más pecador que él. P. Germán Guidi sj
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Quienes acogen su silencio, con esperanza y fidelidad en las horas grises y rutinarias, son las gentes del sábado santo...
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Madre de Jesús y madre mía. Señora de la espera confiada, en este sábado santo deseo  acompañarte en tu dolor. Sé de tu tristeza junto a la tumba de tu Hijo, y de tu desconcierto ante la crueldad de los hombres. No entiendes pero aceptas la voluntad del Padre porque  nunca  dejas de confiar en Él. Auxíliame María para que en las pruebas más duras tenga tu temple y tu esperanza. Ayúdame para que mi corazón, a semejanza del tuyo, abrace la noche sabiendo que la mañana  trae el sol. Y que la muerte es vencida por  la resurrección… @Ale
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La sangre del justo y la del malvado pasan por tu mismo corazón. La espalda del que golpea y la que recibe el latigazo son parte de tu mismo cuerpo. En tus lágrimas lloran el dolor del bueno y la confusión de su agresor. Tu misma ternura abraza el rostro de tu madre María y el del soldado que te clava. En tu corazón no hay excluidos, en tu cuerpo todos cabemos, en tus lágrimas todos lloramos, en tu ternura todos existimos. ¡Déjame entrar contigo, Señor, en tu misterio, y vivir en el hogar de tu pasión donde reconcilias lo imposible! Benjamín González Buelta sj
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Tu vida se veía destruida, pero tú alcanzabas la plenitud. Aparecías clavado como un esclavo, Pero llegabas a toda la libertad. Habías sido reducido al silencio, pero eras la palabra más grande del amor. La muerte exhibía su victoria, pero la derrotabas para todos. El reino parecía desangrarse contigo, pero lo edificabas con entrega absoluta. Creían los jefes que te habían quitado todo, pero tú te entregabas para la vida de todos. Morías como un abandonado por el Padre, pero él te acogía en un abrazo sin distancias. Desaparecías para siempre en el sepulcro, pero estrenabas una presencia universal. ¿No es sólo apariencia de fracaso la muerte del que se entrega a tu designio? ¿No somos más radicalmente libres, cuando nos abandonamos en tu proyecto? ¿No está más cerca nuestra plenitud, cuando vamos siendo despojados en tu misterio? ¿No es la alegría tu última palab...
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“Yo he meditado muchas veces sobre un pequeño dato de los evangelios que siempre me desconcierta: aquel en el que se cuenta que cuando Cristo murió, los soldados que le habían crucificado se sortearon la túnica. ¿Se la sortearon? ¿Con qué? Probablemente con unas tabas, que era el juego de la época. ¿Y qué hacían unas tabas al pie de la cruz? Es muy simple: los soldados sabían que los reos tardaban en morir. Así que iban prevenidos: llevaban sus juegos para entretenerse mientras duraba la guardia y la agonía de los ajusticiados. Es decir, a la misma hora en que Cristo moría, en el momento en el que giraba la página más decisiva de la historia, había, al pie mismo de ese hecho tremendo, unos hombres jugando a las tabas. Y lo último que Cristo vio antes de morir fue la estupidez humana: que un grupo de los que estaban siendo redimidos con su sangre se aburrían allí, a medio metro. De todo lo que los evangelistas cuentan de aquella hora me parece este detalle lo más dramático...
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La indiferencia de los que no hicieron nada por ti esa noche, ¿no te habrá dolido más que los insultos y los golpes? Unos soldados romanos, unos hombres que no te conocen, que no vieron nunca un milagro tuyo, que jamás escucharon tus palabras, descargan sobre ti toda la crueldad de que son capaces. Eso duele. Pero, los que te oyeron, los que se alimentaron con tus peces y tus panes milagrosamente multiplicados, los que se curaron de sus enfermedades cuando los tocaste, los que se llenaron de esperanza con tus palabras de vida, ante el poder organizado de los “hombres de honor”, retroceden, miran para otro lado, cuanto más, se dirán “¡qué pena!” La indiferencia de los que parecían ser tuyos, eso seguro que te dolió más. Pero nos amas igual. La noche en que sufriste la mayor indiferencia dijiste “Padre, que se haga tu voluntad”. Ibas a morir por los indiferentes. Por todos y cada uno, para que se cumpla lo escrito, para que se cierre el círculo perfecto de tu salvación. Par...