En el libro de los Ejercicios Espirituales san Ignacio de Loyola afirma
que el mal espíritu tiene distintas maneras de tentar a las personas. En pocas
palabras, y simplificando mucho, afirma que quienes van por la vida
despreocupadas de las cosas de Dios y centradas en los asuntos del mundo son
tentados de manera “grosera y abiertamente” [EE 9]. Con ello quiere expresar
que las tentaciones son más fáciles de reconocer o, por lo menos, de
identificarlas como tales. Pero en el caso de las personas que toman su vida
espiritual enserio y se ocupan por cultivarla, san Ignacio afirma que son
tentados “bajo especie de bien” [EE10]. ¿Qué quiere decir con ello? Que las
tentaciones del mal espíritu son más difíciles de identificar. Son un tipo de
tentaciones en las que no percibimos «haya nada malo» a primera vista. En la
enseñanza que hace san Ignacio sobre el modo de obrar del mal espíritu en
distintas personas, encontramos la sutileza y la genialidad de un maestro en el
Espíritu y la perspicacia psicológica.
¿Cómo conocer si la motivación que albergamos en el corazón es
inspiración de Dios o es una trampa del mal espíritu? Aprendiendo a distinguir
una de otra. ¿Qué significa esto? Veamos
si con un ejemplo resulta más claro. Quizás te sucedió -o fuiste testigo-, de
esos momentos en que, con la mejor buena intención y disposición interior de
ayudar, se gesta un gran problema en el que abundan las peleas y las
divisiones. Y también de lo difícil que resulta reconocer un error cuando se tiene
conciencia de haber obrado con muy buena intención. El problema surge
cuando no se distingue suficientemente entre hacer el bien, y hacer de manera
adecuada, es decir, respetando el tiempo, el lugar y las personas. Hay personas
que creen que con tener deseos de ayudar están habilitados para obrar de
cualquier manera. No basta querer hacer el bien, hay que saberlo hacer.
El discernimiento es fundamental, y no es una herramienta para separar lo
bueno de lo malo. Para eso no hace falta discernimiento, sino sentido común y
valores cristianos. El discernimiento es un instrumento que considera las
motivaciones más profundas del ser humano allí donde lo bueno parece garantizar
la inspiración de Dios. Por lo tanto, al momento de hacer el bien es importante
tener conciencia de no estar buscando, por ejemplo, reconocimiento personal o
partidario. Cuando se trata de ayudar o hacer el bien con la intención de
sobresalir por sobre los demás, a veces de manera sutil, o de compensar
necesidades afectivas de algún tipo, las relaciones con los demás se convierten
en una batalla campal por ocupar espacios de trabajo y por adquirir «cercanías
personales», especialmente con personas influyentes. Cuando una acción que se
considera buena, caritativa y hasta solidaria en una comunidad, no incentiva la
participación y la comunión de otros, es probable que haya más “olor a azufre”. Todo
cristiano está llamado a obrar el bien, pero ello incluye hacerlo con
discernimiento.
P. Javier Rojas, sj
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