Hay pastores y pastores con "olor a oveja". Monseñor Romero fue de estos últimos. Siempre entre su gente pobre y campesina vivió como predicó. Sin dobles discursos llevó a todos el mensaje del Reino de Dios y su justicia.
No sólo predicó el evangelio desde un púlpito, sino que vivió el evangelio hasta sus últimas consecuencias, entregando su vida hasta morir defendiendo a su pueblo.
Era de esos hombres a los que uno admira apenas conoce su historia. Defendió a los indefensos sin arengar nunca a la violencia. Jamás se quedó callado, sino que denunció cada atropello con ahínco, convirtiéndose en la voz de los "sin voz".
Hoy, este hombre justo, no resucita solamente en el pueblo salvadoreño. Toda la Iglesia universal se arrodilla frente él para pedirle que interceda ante el Padre en la construcción de un mundo más solidario, justo y amoroso. Un mundo como el que él soñaba y por el que fue martirizado...
Gloria a Dios.
@Ale Vallina.

Comentarios