« Jesús respondió y les volvió a hablar en parábolas
diciendo: 2 --El reino de los cielos es
semejante a un rey que celebró el banquete de bodas para su hijo. 3 Envió a sus siervos para llamar a los que
habían sido invitados a las bodas, pero no querían venir. 4 Volvió a enviar otros siervos, diciendo:
"Decid a los invitados: 'He aquí, he preparado mi comida; mis toros y
animales engordados han sido matados, y todo está preparado. Venid a las
bodas.'" 5 Pero ellos no le
hicieron caso y se fueron, uno a su campo, otro a su negocio; 6 y los otros tomaron a sus siervos, los
afrentaron y los mataron. 7 El rey se
enojó, y enviando sus tropas mató a aquellos asesinos y prendió fuego a su
ciudad. 8 Entonces dijo a sus siervos:
"El banquete, a la verdad, está preparado, pero los invitados no eran
dignos. 9 Id, pues, a las encrucijadas
de los caminos y llamad al banquete de bodas a cuantos halléis." 10 Aquellos siervos salieron por los caminos
y reunieron a todos los que hallaron, tanto buenos como malos; y el banquete de
bodas estuvo lleno de convidados. 11
Pero cuando entró el rey para ver a los convidados y vio allí a un hombre que
no llevaba ropa de bodas, 12 le dijo:
"Amigo, ¿cómo entraste aquí, sin llevar ropa de bodas?" Pero él quedó
mudo. 13 Entonces el rey dijo a los que
servían: "Atadle los pies y las manos y echadle en las tinieblas de
afuera." Allí habrá llanto y crujir de dientes; 14 porque muchos son los llamados, pero pocos
los escogidos.»
Mt 22, 1-14
En cada rincón del evangelio resuena ininterrumpidamente el
deseo de Dios: ¡Alégrense! Basta con prestar atención a cada palabra y a cada
gesto de Jesús para descubrir su deseo de que seamos felices. Esto subyace en
todo lo que hace y dice al hombre.
El hombre es liberado, es salvado, es rescatado y es amado
por Otro. No se da el ser a sí mismo, sino que lo recibe de Otro. No se basta a
sí mismo necesita de Alguien. No se reconoce como tal si no en relación a Otro.
No pronuncia palabra si no escucha hablar a Otro. Tal es nuestra referencia a
Otro, que en nuestro interior se libra
una de las batallas más larga y constante: la de vivir encerrados en nosotros
mismos o la de abrirnos a los demás.
Y precisamente esto es lo que ocurre en todo el evangelio:
un Dios que enseña al hombre a salir de sí mismo para ir al encuentro de los
demás.
La herida del pecado hace que tengamos arraigados en
nosotros la tendencia de centrar toda nuestra existencia en torno a nuestro
ombligo como si buscáramos seguir alimentándonos por medio de él. Precisamente
en referencia a ello es que se ha acuñado la frase “deja de mirarte el ombligo”
es decir deja de estar encorvado sobre ti mismo sin capacidad de mirar hacia
adelante.
Las curaciones, los milagros, las enseñanzas, los gestos de
Jesús en el evangelio no son otra cosa que mostrar al hombre dónde se encuentra
la alegría y dónde su perdición.
En la parábola que acabamos de escuchar Jesús dice que « El
reino de los cielos es semejante a un rey que celebró el banquete de bodas para
su hijo ».En ello podemos entrever la íntima relación que existe entre la
alegría y el Reino de los Cielos. Y quien haya participado alguna vez en unas
bodas sabe que no sólo se percibe la felicidad de los novios, sino también la
alegría de los padres. ¿Por qué se alegran los padres al unísono con la
felicidad de los novios? No se debe necesariamente a que en todos los casos los
padres estén conformes con la persona que los hijos hayan elegido para contraer
matrimonio, o al menos no inmediatamente. Porque casi siempre en el corazón de
un padre o madre queda la duda de si esa persona hará feliz a su hijo o hija.
La alegría de los padres está en la felicidad del hijo. La felicidad del Padre
de la parábola está en la felicidad del Hijo…
Ésta es una nota del Reino de los Cielos: la capacidad de
alegrarse con la felicidad del otro, aun cuando la alegría del otro no esté en consonancia con la
situación que estoy viviendo o con los sentimientos que estoy experimentando.
Porque la alegría del otro, y en el caso de esta parábola,
en las bodas del hijo hay una invitación a que todos entren al banquete y se
dejen contagiar por la alegría…
¿Y qué respuesta encontramos en los invitados a las bodas? «Pero ellos no le
hicieron caso y se fueron, uno a su campo, otro a su negocio»… Aún no dejo de
sorprenderme de la gente que ha hecho alianza con la tristeza y se empecina
caprichosamente por encorvarse sobre sus propios problemas…
Es admirable la capacidad que podemos desarrollar al pasar
largas horas cavilando en pensamientos que destilan amargura y resentimiento.
Todos sabemos que la alegría en este mundo no será completa, pero no podemos
olvidar y dejar de lado esas pequeñas y preciosas manifestaciones de alegría de
las que podemos nutrirnos o de las que podemos contagiarnos.
Aprender a alegrarse con la felicidad del otro es una
cualidad del Reino de los Cielos. Quien aprenda y desarrolle esa capacidad de
salir de los propios pozos de amargura, al que solemos tirarnos muchas veces
cuando la realidad no se adecúa a nuestros proyectos y fantasías estará cada
vez más cerca de ser ciudadano del Reino de los cielos.
He escuchado decir muchas veces que a los amigos los
encontramos en los momentos difíciles, pero yo creo que este pensamiento es
incompleto. Los verdaderos amigos se alegran con tu alegría, estallan de gozo
con tu felicidad y se emocionan con tus logros… Mostrar pena y compasión por
otro cuando se encuentra en situación desfavorable es fácil. Pero alegrarse al
mismo nivel, por la felicidad del otro eso requiere un corazón grande y humilde.
Por ello el Reino de los Cielos es semejante a las bodas que
aquel Rey preparó en honor de su hijo porque para entrar hay que ser capaz
de salir de sí mismo para entrar en el
gozo de otro.
Antes de terminar quisiera compartir con ustedes este
pensamiento de José Luis Martín Descalzo «Una buena sonrisa es más un arte que
una herencia. Algo que hay que construir pacientemente, laboriosamente, con
equilibrio interior, con paz en el alma, con un amor sin fronteras. La gente que
ama mucho sonríe fácilmente, porque la sonrisa es, ante todo, una gran
fidelidad a sí mismo. Un amargado jamás sabrá sonreír. Menos, un orgulloso»
Pidamos a Dios la gracia de cultivar la alegría como la
“vestimenta” adecuada para participar del banquete de la Eucaristía.
P. Javier Rojas sj
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