Es muy
triste verificar que estamos sumidos en una cultura de consumismo
verdaderamente alienante. Hoy leía una nota sobre un millonario que había
comprado a su hija, aún no nacida, una serie de elementos excéntricos, superficiales,
impensables para que los use un bebé.
¿Qué necesitan
los bebés cuando nacen? Amor, muestras de cariño, alimento, abrigo, cuidados
médicos. No necesitan ni ropa de marca, ni cunas lujosas, ni mucho menos viajes
a lugares exóticos.
Me pregunto
qué lleva a unos padres con amplio poder adquisitivo a comprar “cosas que un
niño usará, si es que le interesa, dentro de 15 o 20 años”. ¿Tiranía de la moda? ¿Competencia por ver
quién regala más obsequios costosos en un ambiente donde prima la pura vanidad?
¿Búsqueda a cualquier costo de obtener prestigio social?
Nuestra necesidad
es la de amar y ser amados. No la de poseer carteras y zapatos de tal o cual marca. Menos
todavía cuando un altísimo porcentaje de la población mundial vive con mucho
menos de lo que se necesita para tener una vida digna. Esto no quiere decir,
que quién posea todos los medios económicos viva holgadamente, procurándole
bellas y útiles cosas a sus seres queridos. Pero una cosa es el buen uso del
dinero y otro, la estupidez.
Sencillez,
prudencia y humildad ante todo. Tengamos o no dinero. Y sobre todo, compromiso
solidario con los que menos tienen.
Recordemos
que a la tumba no nos llevaremos nada material. “Del otro lado” no se usa ni
dinero, ni tarjetas de crédito y mucho menos perlas preciosas…
@Ale Vallina
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