Estoy viviendo muy de prisa, Señor, no me detengo en nada, las circunstancias me van viviendo y no vivo yo las circunstancias. 
Paso de una actividad a otra. 
Dicen que esto es el mal del siglo, pero no me gusta, Señor, ir tan de prisa. Los días y las noches pasan presurosas y creo que dejo de hacer cosas muy bellas.
Mi vida se desliza vertiginosa; quiero detenerme y ver una puesta de sol que tiñe de rojo el agua de la laguna, o las nubes sobre las montañas, quiero encontrar tiempo para visitar a un enfermo; dame tiempo para leer.
Pero sigo repitiendo; <<no tengo tiempo>>.
Cuando veo el reloj y son ya las once de la noche, analizo: corrí, corrí como todos los mortales. Dejo de disfrutar, de saborear las miradas tiernas de los niños, de observar los pétalos finos de una rosa.
No tengo tiempo de detenerme a ver los parques, la belleza de las flores, el ruido de las fuentes y el trino de los pájaros, junto con los niños que corretean, hacen todo un poema.
Dame fuerza, Señor, para detener mi carrera. Quiero sentir la paz para darla a mis hermanos de peregrinar, que, como yo, corren. Dejamos lo trascendental por lo transitorio.
En todos los rostros se observa un duro rictus de velocidad que lo va desfigurando.
Dame, Señor, serenidad para vivir, calma para detenerme y poder amar a todos.
Sin prisas, sin velocidad, sin atropellamiento.
Te ofrezco mi jornada de hoy, Señor, llénala tu de tu amor, para poder darlo a los demás.
Amén.
Ana María Rabatté y Cervi

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