Dirección (¿o dominio y dependencia?) Espiriutal

El P. Luis Mendizábal enmarca la dirección espiritual dentro de la economía espiritual propia del Nuevo Testamento y afirma que es el Espíritu Santo el verdadero guía y director. Con ello se previene de la «más
importante deformación, que consiste en concebir el ministerio humano como una operación  cernida  en 
sí  misma,  cayendo en  la  tentación de  dominio sobre aquellos a los que debía desinteresadamente ayudar y servir en el Señor» (p. 15). El Nuevo testamento deja de manifiesto que el ser humano puede entablar directamente una «conversación íntima con Dios para ser dirigido principalmente por el Espíritu Santo» (p. 16). El autor desarrolla cuatro puntos en su trabajo y señala que la tarea del director espiritual consiste en introducir a la persona en la familiaridad con Dios que es fruto de «la íntima conversación con Dios para ser dirigido principalmente por el Espíritu Santo» (p. 16). Todo cristiano está llamado a vivir en conversación con el Padre en Cristo y ser conducido vitalmente por el Espíritu Santo, a actuar en el Espíritu. Subraya Mendizábal que la «dirección principal del Espíritu Santo es elemento formal de la perfección cristiana» (p. 20). En segundo lugar afirma que la economía espiritual del Nuevo testamento puede desarrollarse gracias a la rectitud y pureza de corazón que «forma en el hombre el “ojo sencillo” de la recta intención». Esta rectitud de corazón no tiene nada de rigidez sino que ordena la vida hacia Dios y lo vuelve más disponible y flexible gracias al amor auténtico. En el tercer punto remarca que la rectitud de corazón se manifiesta en la plena docilidad a las mociones del Espíritu Santo que consiste en «la confianza en la acción mística y secreta del Espíritu» (p. 22). Pero el autor distingue además que,  si bien «las mociones del Espíritu es la primera y esencial condición de todo progreso y santidad» (p. 22), existe un doble grado en la comunicación de la moción divina; en grado común: el hombre elige su propia dirección en la vida gracias a los hábitos sobrenaturales que se les ha infundido pero sin moción efectiva especial del Espíritu Santo. Y por inspiración del Espíritu Santo: Se trata de una moción psicológicamente perceptible en la inteligencia o la voluntad. La inspiración es una «perfección complementaria del movimiento puro y simple comunicado formalmente por la gracia habitual y virtudes infusas» (p. 23). Para Mendizábal las inspiraciones del Espíritu vuelven al hombre capaz de reconocer y familiarizarse con Dios y apto para obedecer la voz del mismo Espíritu Santo. Cuando el Espíritu «toca de manera notable la potencia humana, se convierte en experiencia un tanto fuerte, que suele ser la consolación espiritual» (p. 24), y cuando esto sucede se produce un cambio «en el estado del alma» (p. 25).  Esta manifestación del Espíritu alienta a la persona a elegir «en cada momento con sinceridad y autenticidad lo que parece mejor en esas circunstancias a la luz de la fe» (p. 25). Por último, y en cuarto lugar,  resaltando que Dios es el autor principal del corazón apunta, sin embargo, que el fiel cristiano requiere de una ayuda ministerial y subsidiaria. La subsidiariedad a la que hace referencia el autor está asociado  al momento en que el «hombre llegue a esa plena docilidad al Espíritu, a la unidad de espíritu con el Señor» (p.27), y añade que «es el plan de Dios al hacer al hombre social aun en su dimensión espiritual salvífica» (p. 27). Por ello, el director espiritual, ha de tener presente que la relación que establece con el dirigido no acaba en él mismo, sino que llega hasta Dios. El director deberá desarrollar en el fiel cristiano una teonomía que lo vuelva capaz a ser guidado y gobernado por Dios. Ayudar al dirigido a adquirir un conocimiento de sí mismo y llevarlo a una dependencia y docilidad al Espíritu de Dios. Clarificador nos resulta la comparación que realiza Mendizábal entre el «buen psiquiatra» y el «director espiritual»  para puntualizar el alcance y responsabilidad que tienen ambos en sus ejercicios. Afirma; « Y así como el buen psiquiatra termina sus oficios con devolver al enfermo la salud, es decir, la disponibilidad moderada de su libertad, sin pasarse más adelante a la solución de sus problemas morales o económicos, de la misma manera, el director espiritual debe detenerse en la medida en que se restablece en el cristiano la disponibilidad al gobierno divino; en la medida en que llega a tal punto, que sea capaz de discernir y seguir el beneplácito divino. De suyo, no le toca a la dirección adivinar cuál es en concreto esa voluntad de Dios, y mucho menos imponer al fiel su concepción propia de la vida, ni las propias ideas sobre el modo de proceder, fuera de las simples normas morales católicas». (p. 28). Cf. L.M. MENDIZÁBAL, Dirección Espiritual, Teoría y Práctica, (BAC), La editorial Católica, S.A., Madrid, 1978, pp. 15-32.

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