«Dar el paso»
«Pasado el sábado, al amanecer del
primer día de la semana, María Magdalena y la otra María fueron a visitar el sepulcro. De pronto, ser produjo
un gran temblor de tierra: el Ángel del Señor bajó del cielo, hizo rodar la
piedra del sepulcro y se sentó sobre ella. Su aspecto era como el de un
relámpago y sus vestiduras eran blancas como la nieve. Al verlo, los guardias
temblaron de espanto y quedaron como muertos. El Ángel dijo a las mujeres. “No
teman, yo sé que ustedes buscan a Jesús, el Crucificado. No está aquí, porque
ha resucitado como lo había dicho. Vengan a ver el lugar donde estaba y vayan
en seguida a decir a sus discípulos: ha
resucitado de entre los muertos, e irá antes que ustedes a Galilea: allí lo
verán”. Esto es o que tenía que decirles”. Las mujeres, atemorizadas pero
llenas de alegría, se alejaron rápidamente del sepulcro y corrieron a dar la
noticia a los discípulos. De pronto, Jesús salió a su encuentro y las saludó,
diciendo: “Alégrense”. Ellas se acercaron y, abrazándole los pies, se postraron
delante de él. Y Jesús les dijo: “No teman; avisen a mis hermanos que vayan a
Galilea, y allí me verán».
Mt 28,
1-10
Lo primero que tenemos que saber
los cristianos es que ningún hombre o mujer nace feliz o desgraciado, sino que llegamos
a vivir de tal manera según los pasos que damos en nuestra vida. Que son nuestras
elecciones las que nos conducen a gozar de la dicha de ser felices o vivir en
la desgracia, en la tristeza o la desesperación.
Lo segundo que tenemos que
aprender es que la felicidad no está a la vuelta de la esquina, ni la
encontramos perdida en la calle. Que no viene de ver arruinada la vida de los
que consideramos enemigos, ni de la desgracia que cae sobre aquellos que pudieron
hacernos daño. Para ser feliz hace falta caminar con los ojos puestos en el
cielo, y el corazón, encarnado en este mundo haciendo el bien.
Lo tercero que tenemos que aceptar
es que la felicidad nunca es completa en este mundo, pero que aún así podemos
llenar de suficiente alegría nuestra vida y contagiarla a los demás. No hay que
renunciar a gozar de las pequeñas cosas que la vida nos da. No caigamos en la
tentación de creer que la felicidad está asociada a grandes hazañas, ni a nada
donde la «polilla y la herrumbre la destruyen» (Cf. Mt 6, 19). En esta vida no podremos
conseguir todo lo que queremos pero, sin embargo, podemos ser profundamente
felices.
Ahora bien, en referencia a las lecturas
que hemos escogido esta noche, me gustaría señalar 5 pasos que necesitamos dar
para gozar de felicidad junto a la resurrección de Cristo. Son 5 pasos que nos
harán salir de la oscuridad de la tristeza para adentrarnos en el umbral de la felicidad
que Cristo ha conquistado para nosotros.
1.
De las tinieblas a la luz (Gn 1, 1-2,2): Esto significa
comenzar por valorar y reforzar lo bueno que hay en ti. Aprende a descubrir y
disfrutar lo bueno que eres. Deja de compararte con los demás y reconoce lo
maravilloso que hay en ti. Hay personas que buscan constantemente la aprobación
de los demás, porque temen equivocarse. Existen hombres y mujeres que no saben
aún lo valiosos que son. Es urgente que salgas del lamento que oscurece tu vida, y des el paso a la luz del
agradecimiento. Aprende que vivir es una aventura fascinante y que las
equivocaciones son un manual de futuros aciertos.
2. De
la esclavitud a la libertad
(Ex 14, 15-15, 1ª): Significa asumir serenamente tus límites y debilidades. No
te encierres masoquistamente en tus dolores. No vivas atado al pasado,
encadenado a la añoranza y la amargura. Muchos viven con la culpa sobre sus
hombros llevando una cruz que ellos mismos eligieron. Libera a las personas que
has sepultado bajo el rencor y resentimiento. Libérate de la ira y de la
venganza, y comienza a vivir libremente.
3.
Del corazón de piedra al corazón
de carne (Ez.
36, 17ª. 18-28); Significa vivir abiertos al prójimo. Tratar de comprender y
aceptar tal y como son los demás: distintos. No son esencialmente malos, porque
han sido creados a imagen y semejanza de Dios, son personas que tal vez
necesitan de tus gestos de ternura y compasión para volver a creer en Dios. Busca
siempre lo que te une a los demás antes que centrarte en aquello que te separa.
Afirma aquello en lo que coincides más que en lo que discrepas. Aprende a
renunciar en algunas cosas si es para un bien mayor, siempre que no sean
valores esenciales. No mires al otro como enemigo tuyo, porque es tu hermano.
4. De
la vida del pecado a la vida de la gracia (Rm. 6, 3-11); Significa creer «descaradamente» en
el bien. Tener confianza en que a la larga –y a veces muy a la larga- el bien y
la verdad terminarán imponiéndose. No
desesperes si otros avanzan más rápido por caminos torcidos. Mantente firme en
el camino del bien y confía en la lenta pero eficaz vida de la gracia de Dios que
vive en Ti.
5. De
la muerte a la vida
Mt. 28, 1-10); Significa haber descubierto que Dios es alegría y que una
religiosidad que aplasta y estrecha el alma con culpabilidad y falta no puede
ser verdaderamente cristiana. Dios, no es el juez que condena, sino el Dios de
la vida. Saber que Dios ha vencido la muerte es un llamado a vivir con ganas.
Gastar nuestras vidas por aquellas cosas que ensanchan el alma y hacen sonreír
a los demás.
Para Resucitar con Cristo es
fundamental Dar el paso hacia él y como dice el P. Hurtado: Dar el paso es tomar un camino nuevo; es penetrar en
un cierto orden diferente del orden común que aún no ha sido abandonado; en una
palabra, traspasar la frontera del mundo para unirse místicamente... Somos
apremiados a renunciar de una vez por todas
a todos los intereses, a todas las voluntades propias, a realizar el
sacrificio completo; a ponernos en una total desnudez espiritual. En esta
pérdida de nosotros mismos, no se ve, por un instante, más que el horror casi
infinito. Se duda ante el vacío horrible que se va a producir, pero ni nos
imaginamos la plenitud que le sigue si se acepta, si se abandona, si se da el
paso. Solamente se experimenta que este drama íntimo es extremadamente serio,
si se tiene la valentía de no retroceder. Será tomada la palabra, y uno se
perderá totalmente. Se trata de una angustia totalmente distinta de aquella que
precede a las resoluciones ordinarias de la vida cristiana. Ellas acarician
siempre un poco más o menos de amor propio; ellas encantan la imaginación.
Después de todo, no se cambia de Maestro, uno se mantiene el capitán de su
alma, como dijo un poeta inglés. Aquí, por el contrario, se cede, se va a
entregar todo el propio ser, lo más querido, lo más profundo. En la primera
conversión, no se cede más que el uso del alma, en la segunda conversión, se
cede la propiedad del alma... El hombre no vive más. Dios vive en él.
Da
el paso! Resucita con Cristo, no te quedes llorando en el sepulcro.
P.
Javier Rojas sj
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