«El bostezo del diablo»
« Entonces Jesús fue
llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo. 2 Después de haber ayunado
cuarenta días y cuarenta noches, sintió hambre.
3 Se le acercó el tentador y le dijo: - Si eres Hijo de Dios,
di que estas piedras se conviertan en pan.
4 Él respondió y dijo: - Escrito está: "No solo de pan
vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios". 5 Entonces el diablo lo llevó a la
santa ciudad, lo puso sobre el pináculo del Templo 6 y le dijo: - Si eres Hijo de
Dios, tírate abajo, pues escrito está: ""A sus ángeles mandará acerca
de ti", "y ""En sus manos te sostendrán, para que no
tropieces con tu pie en piedra". 7
Jesús le dijo: - Escrito está también: "No tentarás al Señor tu
Dios". 8 Otra vez lo
llevó el diablo a un monte muy alto y le mostró todos los reinos del mundo y la
gloria de ellos, 9 y le dijo:
- Todo esto te daré, si postrado me adoras.
10 Entonces Jesús le dijo: - Vete, Satanás, porque escrito
está: "Al Señor tu Dios adorarás y solo a él servirás". 11 El diablo entonces lo dejó, y
vinieron ángeles y lo servían.»
Mt 4, 1-11
Por momento
me inclino a pensar que el demonio también
ha entrado en un tiempo de recesión
laboral. Está desocupado porque ya no encuentra a quién tentar. Porque para
ser tentado debe existir en el corazón del hombre un hondo deseo de crecer y
madurar aprendiendo a salir de sí mismo, del propio parecer y voluntad para abrirse
a la comunicación con los demás y construir –como dice el Papa- una verdadera
«cultura del encuentro».
Debe albergar un anhelo profundo por buscar y
hallar la voluntad de Dios, y descubrir la propia vocación y misión en la vida.
Y, por último, ansia de colaborar con Jesús en su misión de convertir al mundo
en un lugar más fraterno.
Pero ensimismados como estamos actualmente,
enrollados sobre nuestros propios pensamientos y sentimientos, difícilmente
exista la posibilidad de hacer lugar a Dios y a los demás en el propio corazón.
Si no dejamos espacio a que la luz del Espíritu de Dios ilumine nuestras vidas... difícilmente encontremos una verdadera salida a nuestros problemas.
Ajenos a los demás por estar preocupados de
los propios asuntos, el demonio no hace más que mantenernos bien entretenidos en
nuestras fantasías haciéndonos imaginar siempre lo peor (si dejáramos de
ocuparnos de nosotros mismos). Nos suministra una buena dosis de individualismo
para hacernos creer que para crecer y progresar en la vida hay que luchar en contra de los demás...
El demonio bosteza de aburrimiento ante la sociedad actual. De ser considerado
el «tentador» pasó a convertirse en una «babysitter».
Ya no se preocupa en tentar al hombre para desviarlo del camino en la búsqueda
de la voluntad de Dios y de su vocación en la vida, de enfriarlo en su
devoción, de distraerlo en la oración o de quitarle fuerzas y energías para
colaborar en obras de caridad...sino que los mantiene volcados sobre sí mismos
pensando cómo lograr que el mundo y los demás se comporten como ellos desean e imaginan.
Hay quienes, inmersos en sus propias
fantasías viven pensando como «conquistar el mundo» y hacer dinero. Se
comportan como "Pinky y Cerebro" de aquella famosa historieta infantil. El hombre
construye un mundo ideal en el que pretende reinar a su antojo y sujeto a sus
leyes, alejadas de las de Dios...
Pero como ese mundo no existe, o mejor dicho,
sólo existe en sus fantasías se vuelve violento cuando no puede lograr que el
mundo y los demás actúen según sus caprichos.
En el evangelio de Mateo, el demonio aparece
como el tentador que pretende desviar
a Jesús del camino que el Espíritu le ha marcado. Pero para ser tentado por el demonio debe existir
en el corazón del ser humano tres convicciones claras: 1.- Deseo de crecer como
persona y descubrir su misión en el mundo. 2.- Buscar y seguir la voluntad de
Dios por medio del discernimiento, y 3.-Colaborar con Jesús para construir el Reino
de Dios.
1.-Crecer
como personas, significa abrirse
al conocimiento personal que no pretende justificar ni racionalizar los errores,
sino encontrar claridad en los pensamientos y sentimientos. Conocer las motivaciones
y examinar la manera de actuar y proceder. En definitiva, buscar que reine en nosotros
la verdad, sin mentir ni engañarnos ni a nosotros mismos ni a los demás. Cada ser humano necesita descubrir su vocación
y misión en la vida si quiere vivir plenamente. Pero para ello debe ordenar y
clarificar su mundo afectivo. Y en cuanto abramos el corazón a la Sabiduría de
Dios seguramente seremos tentados.
2.-Buscar
y seguir la voluntad de Dios significa
poner nuestra confianza en Él. Es
sabido que nos cuesta abandonarnos en las manos de Dios, y tal vez se deba a
que no estamos del todo dispuestos a seguir sus caminos sino los nuestros.
Estamos apegados a nuestros propios criterios y pareceres y queremos que Dios
venga a nuestra voluntad para que la haga suya. La acción del «buen espíritu»
nos impulsará siempre a dejarnos conducir por Dios, y a abrir nuestra mente para comprender su voluntad . Mientras que la acción del espíritu del mal, no dejará que
ningún otro parecer o criterio, ajeno al nuestro, se haga presente en nuestros
pensamientos. Para discernir adecuadamente hay que dejarse conducir por Dios
libres de apegos y ataduras. Así es es el proceso...
3.- Colaborar con Jesús en la extensión del
reino de su Padre no es otra cosa que hacer nuestro el proyecto de fraternidad que Él vino construir. Es la misión que podemos denominar «el proyecto hermano» que
nos enseña en la parábola del buen samaritano. Si dejamos entrar al prójimo en el horizonte
de las propias percepciones sin considerarlos una amenaza para los propios
proyectos, estaremos comenzando por construir
una cultura del encuentro. Tan necesaria en nuestro tiempo de poderoso individualismo.
Si buscamos vivir en la verdad y descubrir la vocación y misión en la vida es muy probable que seamos tentados. Si deseamos hacer
la voluntad de Dios y no la nuestra por encima de todos los demás, definitivamente seremos
tentados.... Y si anhelamos construir una cultura del encuentro haciendo nuestra la
misión de Jesús, sin lugar a dudas que nos encontraremos con dificultades y
tropiezos.
Pidamos a Dios que la fuerza de su Espíritu
nos conduzca, como a Jesús, a las profundidades del propio desierto interior
para encontrarnos con Él.
Que así sea.
Que así sea.
P.
Javier Rojas sj
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