Este 4 de septiembre Mons. Vincenzo Paglia, Presidente del Consejo pontificio para la Familia hizo público un llamamiento a todas las familias para que participen en la jornada de ayuno y oración convocada por el Papa Francisco.
Dirigiéndose a todas las familias leemos en el mensaje:
Queridísimos: la invitación del Papa Francisco a una jornada de oración y de ayuno por la paz en Siria y en todas las naciones afectadas por el drama de la guerra, debe ser atendida con gran seriedad y compromiso por todos nosotros.
Las imágenes que han dado la vuelta al mundo y las continuas trágicas noticias interpelan nuestro corazón, nuestra inteligencia, nuestra fe. Por eso los invito a acoger la propuesta del Papa y a hacer también en su hogar un gesto de ayuno y oración.
Queridos padres, no tengan miedo de proponer a sus hijos una comida austera y mínima; será motivo para explicarles lo que está sucediendo en el mundo y cómo estos hechos terribles no nos pueden dejar indiferentes. Junto a la dureza de la crónica, no olviden comunicarles la esperanza de la paz ofrecida por Cristo Resucitado, que nos ha reconciliado con el mundo no con gestos violentos y de venganza, sino con el don de sí mismo.
No olviden invitar a los abuelos y ancianos a esta comida, hecha con poco alimento y muchas palabras; si alguno de ellos ha experimentado momentos de guerra, puede contar lo que significa vivir bajo las bombas y en la incertidumbre del mañana y cómo rezaban en esos días.
Y ustedes, muchachos y jóvenes, no se quejen si el sábado no habrá mucha comida en la mesa, sino den gracias a sus padres por lo que les ofrecen, pídanles explicaciones y motivos por los que vale la pena seguir viviendo en esta tierra marcada con demasiada frecuencia por luchas y violencia.
¡Juntos, en la mesa, para rezar! Por las familias de Siria, por los niños que mueren cada día por odio y por hambre, por los gobernantes llamados a encontrar soluciones de paz y no violentas. La lectura de un salmo, de una página evangélica, un misterio del Rosario, oraciones espontáneas hechas en voz alta, un simple canto; cada familia elija el modo que mejor le parezca para interceder, para ponerse en medio entre el misterio del mal que marca nuestra historia y el Dios de la paz que la sana y la salva.
Dirigiéndose a todas las familias leemos en el mensaje:
Queridísimos: la invitación del Papa Francisco a una jornada de oración y de ayuno por la paz en Siria y en todas las naciones afectadas por el drama de la guerra, debe ser atendida con gran seriedad y compromiso por todos nosotros.
Las imágenes que han dado la vuelta al mundo y las continuas trágicas noticias interpelan nuestro corazón, nuestra inteligencia, nuestra fe. Por eso los invito a acoger la propuesta del Papa y a hacer también en su hogar un gesto de ayuno y oración.
Queridos padres, no tengan miedo de proponer a sus hijos una comida austera y mínima; será motivo para explicarles lo que está sucediendo en el mundo y cómo estos hechos terribles no nos pueden dejar indiferentes. Junto a la dureza de la crónica, no olviden comunicarles la esperanza de la paz ofrecida por Cristo Resucitado, que nos ha reconciliado con el mundo no con gestos violentos y de venganza, sino con el don de sí mismo.
No olviden invitar a los abuelos y ancianos a esta comida, hecha con poco alimento y muchas palabras; si alguno de ellos ha experimentado momentos de guerra, puede contar lo que significa vivir bajo las bombas y en la incertidumbre del mañana y cómo rezaban en esos días.
Y ustedes, muchachos y jóvenes, no se quejen si el sábado no habrá mucha comida en la mesa, sino den gracias a sus padres por lo que les ofrecen, pídanles explicaciones y motivos por los que vale la pena seguir viviendo en esta tierra marcada con demasiada frecuencia por luchas y violencia.
¡Juntos, en la mesa, para rezar! Por las familias de Siria, por los niños que mueren cada día por odio y por hambre, por los gobernantes llamados a encontrar soluciones de paz y no violentas. La lectura de un salmo, de una página evangélica, un misterio del Rosario, oraciones espontáneas hechas en voz alta, un simple canto; cada familia elija el modo que mejor le parezca para interceder, para ponerse en medio entre el misterio del mal que marca nuestra historia y el Dios de la paz que la sana y la salva.
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