« Aconteció que un sábado Jesús
entró a comer en casa de un gobernante fariseo, y ellos lo acechaban. 7
Observando cómo los convidados escogían los primeros asientos a la mesa, les
refirió una parábola, diciéndoles: 8 "Cuando seas convidado por
alguien a unas bodas no te sientes en el primer lugar, no sea que otro más
distinguido que tú esté convidado por él,
9 y viniendo el que te convidó a ti y a él, te diga: "Da
lugar a este", y entonces tengas que ocupar avergonzado el último
lugar. 10 Más bien, cuando
seas convidado, ve y siéntate en el último lugar, para que cuando venga el que
te convidó te diga: "Amigo, sube más arriba". Entonces tendrás el
reconocimiento de los que se sientan contigo a la mesa. 11 Cualquiera que se enaltece será
humillado, y el que se humilla será enaltecido". 12 Dijo también al que lo había
convidado: -- Cuando hagas comida o cena, no llames a tus amigos ni a tus
hermanos ni a tus parientes ni a vecinos ricos, no sea que ellos, a su vez, te
vuelvan a convidar, y seas recompensado.
13 Cuando hagas banquete, llama a los pobres, a los mancos, a
los cojos y a los ciegos; 14
y serás bienaventurado, porque ellos no te pueden recompensar, pero te será
recompensado en la resurrección de los justos. »
Lc 14, 1. 7-14
El evangelio es
Buena Noticia porque nos ha revelado que Dios es nuestro Padre, que la
salvación es gratuita y que desea que todos los hombres se salven. Pero hay
además de semejante revelación, otras que hacen que en nuestra vida cotidiana
ya se viva lo que llegaremos a heredar algún día. Son pequeñas, pero profundas
revelaciones que hacen al comportamiento humano y que permiten comprender por
qué nuestra vida por momentos parece estar rebosante de dicha y felicidad y por
otras, marcada por la tristeza y la desolación.
Jesús se vale de ejemplos de la vida cotidiana para
revelar el misterio insondable de un amor que nos viene de arriba y que es
enteramente gratuito. De lo que acontece a su alrededor, saca ejemplos para revelarnos
el misterio que yace oculto en la vida del hombre.
Cuenta Lucas en este pasaje del evangelio que Jesús había
sido invitado a comer en casa de uno de los principales fariseos y notó cómo
los invitados buscaban los primeros puestos para sentarse alrededor del
banquete.
Al contemplar aquella escena en la que los principales y
seguramente potentados fariseos ocupaban los primeros puestos, queriendo con
ello demostrar a los demás el valor y lo importantes que eran, a Jesús le
pareció oportuno enseñar sobre el sentido
del valor de la vida y revelar la verdadera motivación de algunos
comportamientos humanos.
Hay convicciones humanas
que no se pueden tener si no vienen desde arriba o de lo más profundo del ser
humano y una de ellas es el propio valor.
Sentir y experimentar el propio valor, no es una realidad que se consigue simulando o
aparentando lo que uno no es. No se conquista a fuerza de “fanfarronear” lo que
se tiene o se puede tener, no es así como uno llega a sentirse seguro de sí
mismo. El ser humano no adquiere
confianza en sí mismo buscando sobresalir ante los demás exagerando alguna
capacidad o virtud.
La conciencia del propio valor, viene de lo alto, de
arriba, de Dios. Es teniendo la certeza
y la vivencia de sentirme amado por alguien, a quien jamás podré igualar y que
no necesita de mis logros para amarme, como adquiero la sana conciencia de ser
valioso.
Si pretendo obtener ese valor de los hombres, entro en una
corriente de competencia por ser el primero en todo, que nada tiene que ver con
la conciencia de la propia valía.
Cuando nuestras expectativas de vida pasan por sobresalir,
por resaltar o por ocupar los primeros puestos, lamentablemente hemos optado
por buscar el propio valor en donde no lograremos conseguirlo. Siempre habrá
alguien que te supere a ti en algo, y alguien a quien tú superes en otras
cosas. Pero no es éste el esquema de vida al que está llamado a vivir el cristiano.
Por eso, cuando Jesús vio que aquellos hombres buscaban ocupar
los primeros lugares dijo «Cuando seas convidado por alguien a unas bodas no te
sientes en el primer lugar, no sea que otro más distinguido que tú esté
convidado por él, 9 y
viniendo el que te convidó a ti y a él, te diga: "Da lugar a éste", y
entonces tengas que ocupar avergonzado el último lugar.»
En nuestra vida el
banquete de bodas al que somos continuamente invitados por Dios, es cualquier
situación en la que cada uno de nosotros somos invitados a participar. El lugar que ocupes en tu familia, en tu
trabajo, en los estudios, entre los amigos o en la comunidad eclesial, debe ser
aquel en el que puedes desarrollar tus máximas capacidades y potencialidades
sin necesidad de aprobación y reconocimiento de los demás. Quien vive de
las apariencias, quien fanfarronea o alardea por lo que tiene, busca fuera lo
que no logra vivir en su interior. Quien
no tiene confianza en sí mismo, quien no ha descubierto aún su propia valía,
vive en un mundo de fantasía y teme despertar y encontrarse con una vida vacía
y sin sentido.
Pidamos a Dios la gracia de experimentar su amor, que
sepamos desterrar de nosotros la mentira y la fabulación. Que nos animemos a
construir una vida cada vez más real y más comprometida con los demás.
P.
Javier Rojas sj
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