Oración a Nuestra Señora Aparecida
Oh incomparable Señora de la Concepción
Aparecida, Madre de mi Dios, Reina de los ángeles,
abogada de los pecadores, refugio y
consuelo de los afligidos y perturbados, oh Virgen
santísíma, llena de poder y de valuntad,
lanza sobre nosotros tu mirada favorable, para
que seamos socorridos en todas las necesidades.
Recuérdate, clementísima Madre Aparecida, de
que no consta que entre todos los que han recurrido
a ti, invocando tu santísimo nombre e
implorado tu singular protección, alguno fuera
.abandonado por ti.
Animado con esta confianza, recurro a ti. Te
tomo hoy y para siempre como mi Madre y
protectora, mi consuelo y guía, mi esperanza
y luz en la hora de la muerte.
Así, pues, Señora, líbrame de todo lo que pueda
ofenderte a ti y a tu Hijo, mi Redentor y Señor
Jesucristo. Virgen bendita, preserva a éste tu
indigno siervo, esta casa y los que habitan en
ella, de la peste, del hambre, de la guerra, de
los rayos, de las tempestades y de otros peligros
y males que nos puedan asolar.
Señora Soberana, dígnate dirigirnos en todos
nuestros negocios, espirituales y temporales.
Líbranos de la tentación del demonio, para que
siguiendo el camino de la virtud, por los méritos
de tu purísima virginidad y de la preciosísima
Sangre de tu Hijo, te podamos ver, amar y gozar
en la gloria eterna, por todos los siglos de los
siglos.
Oh incomparable Señora de la Concepción
Aparecida, Madre de mi Dios, Reina de los ángeles,
abogada de los pecadores, refugio y
consuelo de los afligidos y perturbados, oh Virgen
santísíma, llena de poder y de valuntad,
lanza sobre nosotros tu mirada favorable, para
que seamos socorridos en todas las necesidades.
Recuérdate, clementísima Madre Aparecida, de
que no consta que entre todos los que han recurrido
a ti, invocando tu santísimo nombre e
implorado tu singular protección, alguno fuera
.abandonado por ti.
Animado con esta confianza, recurro a ti. Te
tomo hoy y para siempre como mi Madre y
protectora, mi consuelo y guía, mi esperanza
y luz en la hora de la muerte.
Así, pues, Señora, líbrame de todo lo que pueda
ofenderte a ti y a tu Hijo, mi Redentor y Señor
Jesucristo. Virgen bendita, preserva a éste tu
indigno siervo, esta casa y los que habitan en
ella, de la peste, del hambre, de la guerra, de
los rayos, de las tempestades y de otros peligros
y males que nos puedan asolar.
Señora Soberana, dígnate dirigirnos en todos
nuestros negocios, espirituales y temporales.
Líbranos de la tentación del demonio, para que
siguiendo el camino de la virtud, por los méritos
de tu purísima virginidad y de la preciosísima
Sangre de tu Hijo, te podamos ver, amar y gozar
en la gloria eterna, por todos los siglos de los
siglos.
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