La fuente más importante, sin embargo, de conocimiento de Dios, no es lo recibido cultural u oficialmente, sino la propia experiencia que de Él-Ella se pueda tener en la propia vida. La experiencia de Dios siempre ocurre. Es ineludible. Sucede, ocurre, acontece, de muy diversas maneras y por muy diferentes conductos. Pero sucede que la gente da cuenta de esa experiencia desde sus propios marcos culturales y desde sus propias creencias declaradas. Es decir, un ateo puede vivir y de hecho vive la experiencia de Dios, pero le va a llamar de distinto modo que un creyente: dirá que se trata de una experiencia estética, o de un sentimiento de compasión y solidaridad, o de una alegría profunda e incontrolable; un budista hablará quizá de avances en el camino del Tao o bien del Nirvana; y un católico ilustrado probablemente se referirá a su experiencia como visión extática, y así con todos los seres humanos.


David Fernández, SJ 

Comentarios