Cuando Ignacio pedía a los suyos que se formaran en «tratar y conversar con las gentes» (CC,8 14), no pensaba únicamente en las ventajas del saber adquirido o de la amabilidad natural, sino más todavía en el abandono de toda suficiencia que pudiera deberse a dichas ventajas. Cuando yo estoy ante otro, ¿qué importancia tienen mi ciencia y hasta mi propia fe?» Ya «aunque tuviera el don de profecía y conociera todos los misterios y toda la ciencia: aunque tuviera bastante fe como para mover montañas, si no tengo caridad, nada soy» (1 Cor 13,2). Amar es avanzar hacia el otro, que es igual a mí, que es mi hermano, con las manos desnudas, dispuesto a acogerlo, diga lo que diga y haga lo que haga, como un don de Dios. Sólo entonces estaré en condiciones de avudarle.
Jean-Claude Dhôtel, SJ
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