«¿Peregrino o vagabundo espiritual?»
Domingo 27 de mayo –
Fiesta de PENTECOSTÉS
«Al atardecer del primer día de la semana, los discípulos se
encontraban con las puertas cerradas por temor a los judíos. Entonces llegó
Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo.”¡La paz esté con ustedes!” Mientras
decía eso, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de
alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: “¡La paz esté con
ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes”. Al
decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: “Reciban el Espíritu Santo. Los
pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a
los que ustedes de los retengan».
Jn 20, 19-23
¿Quién es el Espíritu Santo? Es la promesa. Es el abogado.
Es el que acude en nuestro auxilio cuando se lo invoca. Es quién viene a llevar
a la plenitud la obra de salvación. Es, en definitiva, el que obra en nosotros
ese proceso de transformación que nos llevará a la divinización. El que forja
en nosotros la semejanza con Dios.
Esta es la misión del
Espíritu Santo. Llevar a la plenitud la creación de Dios. Realizar el sueño de
Dios de que lleguemos a ser uno con Él, como Cristo y el Padre son uno. Desde
toda la eternidad Dios padre nos soñó junto a Él, y su obra de salvación no es
otra cosa que su amor atrayéndonos hacia él.
Este es el Espíritu, el amor de Dios que nos empuja hacia esa comunión
profunda con quien es el origen y fin de nuestra existencia.
Este proceso de ser semejantes a Dios se realiza en nuestra
historia personal. En las decisiones de nuestra vida. En el ejercicio de
nuestra libertad. Estamos en camino hacia esa unión personal con Dios, en
compañía del Espíritu Santo.
El hecho de caminar hacia el encuentro con Dios nos
convierte en peregrinos del espíritu, pero siempre cabe la posibilidad de que
elijamos convertirnos en vagabundos espirituales.
¿Cómo discernir si nuestro caminar es de peregrinos o
vagabundos? ¿Cómo saber si nuestro peregrinar acontece bajo la acción del
Espíritu de Dios?
Quiero compartir a
continuación algunos puntos que me inspiró la lectura del libro de P. Francis
Nemeck, O.M.I. El autor ofrece, con agudeza desafiante, claves para discernir
entre peregrinar bajo la acción del Espíritu de Dios o vagabundear
espiritualmente.
Los peregrinos del espíritu saben encontrar a Dios en las
cosas creadas. Saben apreciar la obra de Dios, y tienen por ella respeto y
admiración. Por el contrario, los vagabundos huyen del contacto con la realidad
hacia dimensiones “espiritualistas” que no hacen otra cosa que deshumanizarlos.
Llegan incluso a definirse como “personas religiosas” y “comprometidas”
mientras juzgan a los demás con crueldad.
Los peregrinos tienden a establecer amistades profundas, a
colaborar. Sienten el deseo de formar parte “de”, de colaborar “con”, de donar
su tiempo “para”. Por el contrario, los vagabundos espirituales, no son
propensos a establecer relaciones sanas y duraderas. Suelen tener problemas de
comunicación y básicamente son pocos sociables. Son los que quieren llegar a Dios
a base de romper con el mundo. Pero si se comprometen o asumen
responsabilidades lo hacen apartando a los demás y no dejando que nadie se
interponga entre ellos y lo que “se debe hacer”. El vagabundo, de personalidad
egocéntrica, busca su propia santidad independiente de la caridad y solidaridad
con los demás.
Los peregrinos, son comprometidos con la realidad que les
toca vivir. No espiritualizan vanamente la realidad, sino que saben tomar lo
bueno de los acontecimientos y sopesar las dificultades que la misma vida
acarrea. Los vagabundos, por el contrario, suelen ser personas que con
frecuencia se privan a sí mismos de alegría y placer. Y cuando encuentran
placer en algo, les da culpa y remordimiento.
La ascética cristiana y la autodisciplina siempre serán
necesarias, pero dentro de sus propios límites.
Los peregrinos del espíritu normalmente piensan más en los
demás que en sí mismos. Están atentos a las necesidades de los demás y
dispuestos a renunciar a sus propios criterios para favorecer la unión y
acrecentar la comunión. Los vagabundos espirituales, se cierran sobre sí mismos
y rehúyen a un compromiso serio. No quieren implicarse y generalmente son
propensos a justificar su falta de integración responsabilizando a los demás de
ser “pocos espirituales y devotos”. Los vagabundos suelen cobijarse bajo alguna
“autoridad espiritual” para lograr protección y cuidado. Buscan la cercanía con
el poder para sentirse fuertes.
El peregrino espiritual, no es aquel que se queda apegado a
las cosas, sino que vive su compromiso hasta el fondo, traspasando todo lo
creado, hasta llegar a la verdadera meta que es Dios. Pero lo hace afrontando
el “aquí y ahora” de su vida. En contacto con la realidad que le toca vivir.
Al peregrino del espíritu se le ve dispuesto a tomar
riesgos. Cuando se dan cuenta de que Dios les marca un nuevo camino, están
dispuestos a abandonar sus seguridades para adentrase en lo nuevo y
desconocido. El vagabundo espiritual muy por el contrario, se aferra a sus
seguridades. Esta apegado a la norma, a la ley, a la autoridad para
salvaguardarse. Desconfía de los cambios y se llama a sí mismo “prudente” para
disimular su cobardía.
Ante el discernimiento, los peregrinos del espíritu, están
abiertos a descubrir a Dios a través del sentido común, de las autoridades
legítimas, de los amigos, de las innumerables situaciones que les toca vivir.
Los vagabundos espirituales, rehúsan a encontrar a Dios en lo “común” y
cotidiano de su vida. Tienden a poner toda clase de restricciones sobre el modo
como Dios puede comunicárseles. Creen tener línea directa con el Señor y
aseguran que se les revela sólo por intervención directa. Rechazan obstinadamente
al aceptar interpelaciones o sugerencias de nadie. Exigiendo a sí mismos y a
los demás una adhesión rígida a la letra de la ley, permaneciendo ajenas al
espíritu de ésta. Se muestran guardianes de la ortodoxia para justificar su
proceder y para esconder sus verdaderas motivaciones.
Por último, para conocer si nuestro caminar es de peregrinos
del espíritu o vagabundos espirituales es necesario ver cómo nos relacionamos
con la soledad.
El peregrino espiritual, busca estar solo como necesidad
integrante de su relación personal con Dios. Surge del anhelo de intimidad
amorosa y serena. Por el contrario, el vagabundo espiritual, quiere de le dejen
solo para seguir aislado. Su soledad es más huir de todo que estar con el Todo.
Es más un retirarse de la vida que un esfuerzo por penetrar en las
profundidades de ésta. O, por el contrario, multiplican exageradamente sus
compromisos para tener la agenda llena. Buscan estar en “todo” y no perderse de
“nada”.
En fin, el peregrino espiritual es una persona que vive en
plenitud su “estar en el mundo” sin ser del mundo”; mientras que el vagabundo,
no sólo huye del mundo, sino que además construye el suyo propio
desentendiéndose de todo y de todos…
Pidamos al Espíritu Santo, que nos ayude a discernir nuestro
camino en pos de esa unión íntima con Dios. Primero en relación con todo
aquello que nos toca vivir, para luego recapitular toda nuestra historia en Él.
P. Javier Rojas sj
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