«El interior del hombre»

   
Domingo 11 de marzo - III  de Cuaresma

   
En estos últimos días, y a raíz de varios acontecimientos, he quedado sorprendido al comprobar que muchas personas no quieren llenar el alma  de proyectos y esperanzas. Se contentan con pequeñeces y viven sufriendo perder la miseria que han logrado construir en sus vidas.
Se apegan a historias pasadas y a “edades de oro” que desean re editar. La persona que aspira a vivir creyendo que lo pasado fue siempre mejor, ha apostado ya por la mediocridad y ha empezado a tejer en su alma una maraña de angustia y de miedo.
Todos podemos construir un mundo interior que se parezca más a un “mercado público” que a un templo sagrado.
Este pasaje del evangelio de Juan, lleno de simbolismo, nos relata la acción purificadora que ejerce Jesucristo ante aquello que Él sabe es propiedad de su Padre; «El celo por tu casa me devora». El corazón del hombre es propiedad de Dios.
Dice Juan que Jesús «encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas y a los cambistas en sus puestos» y que con «un látigo con cuerdas, echó a todos fuera del Templo».
Este puede ser el panorama interior del corazón del hombre actual, allí donde alguna vez Dios puso su morada, hoy lo ha convertido en un mercado público en el que se cambia, se vende y se pierde.
Nuestra vida interior puede convertirse en un mercado. El tiempo actual nos ha convertido en eximios “vendedores ambulantes”. Vendemos de toda clase de cosas para enriquecer el vacío y la pobreza de nuestra vida interior.
Vendemos seguridad, pero por dentro sentimos terror de confiar en nosotros mismos. Vendemos sonrisas, y por dentro agoniza el alma que ha perdido la presencia amorosa del Espíritu. Vendemos educación, pero  por dentro abunda la ignorancia y rebosa la vulgaridad. Vendemos felicidad, mientras por dentro construimos un mundo lleno de frivolidad. «Ninguna felicidad verdadera es barata. Y hay que desconfiar de las que nos ofrecen a bajo precio, como nos alertamos cuando en el mercado nos ofrecen fruta o pescado casi regalado: seguro que están podrido o pasados» dice Martín Descalzo en “Razones para la alegría.”
Vendemos fe y devoción, mientras que por dentro llevamos al fariseo hipócrita que quiere gobernar nuestra vida. En fin, estamos tan pendientes de evitar el mal que todavía no nos hemos decidido a hacer el bien.
La cuaresma es tiempo de oración, pero también es el momento oportuno para limpiar y volver a edificar el templo interior en el que Dios desea habitar.
Dice Martín Descalzo en “Razones para la esperanza”: «Me repugna cualquier resignación que amortigüe las ansias de vivir y de mejorar. Dios no quiere anestesiar a los hombres. Les gustan los ardientes. Los que aspiran a más en sus almas y en el mundo. Los que no se resignan a la injustica. Los que viven insatisfechos en un mundo insatisfactorio».
Sorprende encontrarse con personas que han preferido “vender o mendigar” cuando en realidad llevan dentro suyo un potencial que no se atreven a explotar. En este sentido muchas personas no son vendedores ambulantes, sino mezquinos militantes. No se atreven a  apostar a una vida más plena, por miedo a perder…
Pidamos a Dios la gracia de poder limpiar el espacio sagrado que habita en nosotros para que nos animemos a volver a centrar el corazón en Aquel que nos amó primero.
Lo único que realmente vale para nuestras vidas es lo de dentro. No hay ninguna riqueza que venga de afuera y la única función de nuestra vida es llenar y estirar nuestras almas. Lo único que al fin cuenta es eso que hoy tenemos tan olvidado: nuestra vida interior.


P. Javier  Rojas sj

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