«La loca de la casa»
Santa Teresa de Jesús llamó a la imaginación «la loca de la casa» porque al momento de rezar caía en la cuenta de con cuánta facilidad sus pensamientos la distraían de la oración. No sabemos si lo hizo queriendo expresar la cualidad “creativa” de la imaginación. Pero sí haciendo referencia al “interminable” carácter “discursivo” que adquieren los pensamientos y la imaginación.
Las ideas, los pensamientos, la imaginación, los recuerdos forman parte de nuestra vida. A partir ellos comprendernos, analizamos, sacamos conclusiones y por supuesto “tomamos partida”, es decir, decidimos. Y aunque pueda parecer extraño, la verdad es que no decidimos en nuestra vida por las “ideas” que tenemos sino por los afectos que de ellos se desprenden.
Si bien pensamos con ideas, imágenes, etc, decidimos por afecto. El motor secreto de nuestra voluntad no es el pensamiento sino el afecto. Aunque no podemos negar la íntima relación de complementariedad que hay entre ambos.
Una idea, por más loable y maravillosa que sea, no tiene la fuerza suficiente para mantener voluntad firme si no está sustentada o afianzada en el afecto.
Para ilustrar valga este ejemplo. En ocasiones he escuchado a muchos padres decir a su hijo o hija, “ese chico/a no te conviene” y unir a esta sentencia una lista interminable de razones que ellos creen suficiente para cambiar la idea y la voluntad de su hijo/a. Pero he aquí, que la decisión que ha tomado el/la joven enamorado/a no responde a una elucubración lógica, sino a un movimiento del corazón. Es decir, muchas de nuestras decisiones en verdad no son resultado de un análisis del “todo objetivo” sino que hay una porción grande de carga afectiva. Por lo tanto, si bien podemos analizar a la perfección una situación concreta para luego tomar una decisión, ella no será completa o no tendrá la suficiente fuerza para mantenerse firme ante las pruebas si no tiene el componente afectivo suficiente para llevar adelante la decisión.
Esta realidad tiene enormes consecuencias en nuestra vida de relaciones personales y por supuesto también con Dios.
El relato del evangelio de Marcos da prueba de ello. En la situación relatada por el evangelista, podemos advertir dos realidades. Una en la que dice que “se reunió tanta gente, que no quedaba lugar ni siquiera delante de la puerta, mientras Jesús les anunciaba su mensaje” y en la que precisa que dentro “estaban ahí sentados algunos maestros de la ley”. La otra realidad es la de aquellos cuatro hombres que traían a un paralítico en su camilla y “abrieron el techo del lugar” donde estaba Jesús. Por allí bajaron al paralítico para ponerlo delante de Él.
Es aquí donde el evangelista muestra con claridad el sentido profundo de lo que significa «tener fe». Podemos decir que la fe es esa “certeza irracional” que hace posible la disposición interior al milagro. ¿Por qué digo “certeza irracional”?
Ante la actitud de Jesús aquellos maestros de la ley pensaron «¿Qué está diciendo? Esto ofende a Dios, ¿Quién puede perdonar los pecados, sino Dios únicamente?». La verdadera conversión no radica en “saber mucho sobre Dios”, saber teología, recitar de memoria preceptos, dogmas, o mandamientos. No son nuestros pensamientos los que permiten reconocer a Dios sino ese sentimiento profundo que nos impulsa hacia la libertad, el amor, la verdad, en definitiva hacia Dios, aunque por momentos no podemos comprender acabadamente…
El paralítico seguramente sabía poco de la ley en comparación con los maestros. Pero en su corazón sintió seguramente una fuerza interior que lo llevó a pedir y a convencer a “cuatro hombres” a que llevaran la camilla hasta Jesús. En aquellas palabras que el paralítico dirigió a aquellos hombres había fe, sentimiento profundo y una certeza tal que no venía de sus ideas, sino de lo profundo de su corazón.
La fe, la conversión y en definitiva la aceptación de Dios como nuestro Padre, creador y salvador no viene de conclusiones lógicas, sino que es “don” del mismo Señor en el corazón de aquellos que se disponen a aceptarlo en su vida. Esto no significa que la fe no puede ser comprendida racionalmente, sino que esto viene al final y no al inicio. Comprendemos luego, porque antes hemos amado…
Son muchos los cristianos que han llenado su vida de ideas, imágenes y recuerdos. Todo esto les impide acercase a Dios porque creen saber mucho sobre Él. Varios, como “maestros de la ley”, se contentan con aprender de memoria algunas frases piadosas o versículos pero no han entregado su corazón a Dios. No permiten a Dios que cure sus pensamientos y recuerdos…
Otros tienen miedo de dejarse curar por Dios, porque consideran que para ellos “no hay salida” y siguen así atesorando sus vidas para sí mismos… mientras la “polilla y la herrumbre” del tiempo van corroyendo sus almas.
Pidamos a Dios que purifique nuestros pensamientos de toda “idolatría” y nos ayude a disponer el corazón para aceptar su Amor gratuito aunque ello contradiga toda “lógica y elucubración humana”.
P. Javier Rojas sj
Comentarios