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¿El hijo pródigo por qué? Si no es el evangelio correspondiente a este domingo. Porque sí...Es que,acaso, ¿tiene que existir siempre un por qué? Es que todos somos hijos pródigos y cada vez que nos desviamos del camino, añoramos volver a c asa y recibir el perdón del Padre. Por eso esta pequeña reflexión. Lo maravilloso del Padre es que no espera a que su hijo se arrepienta. Apenas lo ve, corre a su encuentro. Con ansias se precipita para llegar hasta él…Su único deseo es fundirse con ese hijo en un abrazo interminable. Decirle cuánto lo ama y cuánto lo ha echado de menos. Corre desesperadamente a pesar de los achaques de la edad y cuando lo ve acercarse tan cansado y sucio, por el camino polvoriento, lo abraza, lo cubre de besos...y lo acaricia hasta con la mirada. Sabe de sobra que ese hijo es débil y esto lo hace amarlo más todavía. Ha vuelto a la vida el hijo que estaba muerto…Hay clima de fiesta. Hay mucho amor para compartir…y tanto para agradecer. @Ale Vallina
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Luz de Dios,  disipa la tiniebla de mis dudas  y guíame.  Fuego de Dios,  derrite el hielo de mi indiferencia  y abrásame.  Torrente de Dios,  fecunda los desiertos de mi vida  y renuévame.  Fuerza de Dios,  rompe las cadenas de mis esclavitudes  y libérame.  Alegría de Dios,  aleja los fantasmas de mis miedos  y confórtame.  Aliento de Dios,  despliega las alas de mi espíritu  y lánzame.  Vida de Dios,  destruye las sombras de mi muerte  y resucítame.  Ven, Espíritu Paráclito,  Espíritu creador y santificador,  Espíritu renovador y consolador,  Espíritu sanador y pacificador.  Ven y concede hoy a tu Iglesia,  reunida en el Cenáculo con María,  la experiencia de Pentecostés Ángel Sanz Arribas
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M aría, nombre de mujer, nombre de madre, porque un día, una joven muchacha de Palestina, acogió el deseo de Dios, sin cálculos ni discusiones, movida por el tremendo impulso del amor sin condiciones. María, tú dices en ti lo mejor que yo tengo. María, una mujer como todas las mujeres del mundo, hecha de lágrimas, de sudor y de sangre. En tu cuerpo, limpio de toda maldad, Dios ha venido a hacer su nido para escribir con letras de carne la promesa tan esperada. María, tú vives en ti lo mejor que yo vivo en mí. María, madre del sufrimiento y del dolor, madre de las rupturas y de las separaciones, madre rota en lo más profundo del corazón, tú nos haces nacer en la cruz, cruz que da, como un árbol, el fruto maduro de Dios, el fruto de tus entrañas. María, enséñame a nacer a la vida. Mujer entre todas las mujeres, reaviva en mí la esperanza que se adormece. Fritz Westphal
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Dios está por encima tuyo para bendecirte,  debajo para sostenerte, delante para orientarte detrás para protegerte... y a tu lado siempre para acompañarte...
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Hoy, más quizá que en un cercano pasado, se nos ha hecho claro que la fe no es algo adquirido de una vez para siempre, sino que puede debilitarse y hasta perderse, y necesita ser renovada, alimentada y fortalecida constantemente. De ahí que vivir nuestra fe y nuestra esperanza a la intemperie "expuestos a la prueba de la increencia y de la injusticia", requiera de nosotros más que nunca la oración que pide esa fe, que tiene que sernos dada en cada momento. La oración nos da a nosotros nuestra propia medida, destierra seguridades puramente humanas y dogmatismos polarizantes y nos prepara así, en humildad y sencillez, a que nos sea comunicada la revelación que se hace únicamente a los pequeños. Pedro Arrupe S.J.
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Hacer silencio, ponerse a la escucha, y quizás hablar. A la escucha y hablar: esto es sin duda un resumen de lo que es la oración. El diálogo es una palabra actualmente muy de moda. Y, en realidad, la oración es un diálogo. Se dialoga con alguien. Alguien vivo. Alguien que es Dios. Alguien vivo pero que es invisible y que es preciso descubrir en la fe. Témoignage d’une Clarisse, Promesses 19, 37
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